No hay modo honesto de explicar
esto. Catorce cigarrillos en una sentada. Ocho cervezas. Nueve cervezas. Diez,
once, doce… Veinte cigarrillos. No hay modo honesto de explicar esto. Sin
embargo, Deby quiere explicaciones. Quiere saber por qué. Alzo los hombros y
destapo otra cerveza. Estamos en mi casa, el frigobar no sirve y la cerveza
está caliente. No es la primera mujer que pide explicaciones. Si las tuviera,
quizá no lo haría. Pero no las tengo, bebo y fumo, no me pregunto por qué. Deby
insiste. No lo sé, digo, probablemente esto es como todo, uno hace cosas; las
mujeres compran zapatos que no necesitan, al menos yo lo necesito. Deby dice
que no lo necesito. Es igual, digo, nadie necesita explicarse nada.
Hace cinco años que no miro a Deby, ahora nos
reencontramos. Hace más de cinco años que bebo y Deby continúa preguntando por
qué. Yo también tengo mis incógnitas, por ejemplo, ¿Por qué Deby nunca quiso
acostarse conmigo? Se lo pregunto, de la nada, y responde que no lo sabe. Debes
saberlo, digo yo, esas son cosas que siempre se saben. Deby calla. No hay mucho
de que hablar después de la catorceava cerveza. Se levanta. Dice que irá al
cuarto de baño. Asiento con la cabeza. Antes de que ella vuelva limpio la mesa.
Recojo los envases y tiro las colillas de cigarro que hay en el cenicero. Es
todo por esta noche. Catorce cervezas, veinticuatro cigarrillos y Deby en el
cuarto de baño.
Cuando sale me encuentra de pie. Nos miramos
sin decir algo. Nos acercamos sin decir algo. Estamos tan cerca que podríamos
besarnos. Podríamos hacerlo ahora mismo, sobre el sofá, o sobre el suelo. Pero
no lo haremos; si no lo hicimos antes, mucho menos ahora. No hay modo honesto
de explicar esto. Habría mucho que decir, pero todo sería mentira. Digo a Deby
que la quiero. Acerco mi boca a la suya, pero me evita. Entonces beso su
mejilla, que es lo único que ofrece, y repito que la quiero. Es todo por esta
noche. Catorce cervezas, veinticuatro cigarrillos y un beso en la mejilla. En
breve se irá. Bajará las escaleras, saldrá del edificio, se meterá a su coche y
conducirá a su apartamento. En el camino pensará, probablemente, que hemos
cambiado. No hemos cambiado nada. Yo bebo y ella no se acuesta conmigo, desde
que teníamos veinte años.
Deby anuncia que se va. Yo digo que está bien.
Abro la puerta. Deby sale, y yo detrás. La llevo a la puerta del edificio y
allí la despido, con otro beso en la mejilla. Ella dice que me quiere. Yo no
digo nada, ya lo he dicho dos veces. La miro subir al coche y arrancar. Miro el
coche que se va y regreso dentro. Cinco años de no vernos y aún no puede decir me quedo esta noche.
Busco en la lacena, sé que debe estar en
alguna parte. Hay muchas botellas, pero todas vacías. Sé que debe estar en
alguna parte. Reviso uno por uno los estantes. Una por una las botellas, hasta
que la encuentro. Una botella de whisky con la mitad llena. Suficiente para el
resto de la noche.
Me pongo un whisky en las rocas y voy a la
sala. Me siento en el sofá y bebo. Pienso en Deby, en todo lo que pasó entre
nosotros, que en realidad es nada. No puedo creerlo, que no haya pasado algo.
Que todo pueda resumirse a nada. Es posible que por ello Deby no quiera
acostarse conmigo, porque inclusos si se acostara, no pasaría nada. Yo seguiría
bebiendo y ella seguiría siendo ella. Dicen que donde hubo fuego queda ceniza,
pero entre nosotros nunca hubo fuego. Para acostarse con alguien debe haber algo. No importa si es un acostón con una
desconocida. Incluso allí debe haber algo.
Llevo aferrado a la idea de Deby demasiados años, si eso no dignifica algo…
Termino la copa y sirvo otra, sin ganas. He llegado al punto de beber por beber.
Sirvo otro whiksy en las rocas y lo bebo despacio. ¿Hay un punto en que se bebe
por algo? Si lo hay, yo no lo he encontrado. Beber es un vicio, como comprar
zapatos, pero, de algún modo, mucho más honesto.
Al amanecer despierto sobre el sofá. He
terminado con la botella. No recuerdo haber terminado con la botella. Miro el
reloj. Son las doce con treinta. Cojo el teléfono y llamo a Deby al trabajo. Luego
que me la comunican, le digo que podríamos comer juntos, ahora que nos hemos
rencontrado. Se excusa, dice que no puede. Digo que está bien, aunque no lo
está. ¿Qué otra cosa podría decir? Cuelgo y me levanto. Estoy dispuesto a tomar
la ducha.
Mientras me ducho pienso, en mí, en mi vida.
Es jueves, no tengo algo que hacer. Quizá por eso bebo, porque nunca tengo algo
que hacer. Hay otra gente que no hace nada y no por ello bebe. Qué más da, me
digo, yo bebo, y eso es todo.
Cuando salgo de la ducha, suena el teléfono.
Lo cojo. Es Deby. Dice que si lo prefiero, podemos cenar, saliendo del trabajo.
Esto me entusiasma y se lo digo. Por supuesto, acepto.
2
Cuando Deby llega, tengo la cena lista:
nuggets de pollo y cerveza. He tenido que comprar cerveza, con lo último que me
queda de dinero. Veinte cervezas. También he comprado un par de cajetillas de
Delicados. Deby no fuma, pero yo sí. Ahora estoy sin blanca, pero me importa
poco. Deby está aquí, y cada que Deby viene, es una nueva batalla.
Pasa y sonríe, le conmueve que la mesa esté
servida. Antes que se siente, le estiro una flor. No sé que clase de flor, la
he robado del jardín vecino, pero es algo. Deby ríe y comenta que soy un
encanto. Un encanto con el que no te quieres acostar, pienso. Deja la flor
sobre la mesa y toma asiento. Yo hago igual, tomo asiento. Comemos en silencio,
no hay mucho que decir después de cinco años. Curioso, pero verdad.
Deby habla, del trabajo, de sus padres, de
cosas. Yo la miro y pienso que sí hubo fuego, que lo hay incluso ahora. La miro
y siento que la quiero igual que la quisiera hace cinco años. Destapo una
cerveza y no dejo de mirarla. De pronto dice que ha comprado mi libro y ha
leído. Dice que soy un escritor estupendo. Alzo los hombros. Hago lo que puedo,
digo. Dice que debería escribir una historia de nosotros. Toso, y digo que ya
lo he hecho. No he llegado a esa parte del libro, dice riendo. No, digo yo, no
está en el libro. Se decepciona. Todas las mujeres son iguales, pienso, sólo
quieren leer historias donde salgan ellas. Pregunta si tengo la historia a la
mano, quiere leer. Cojo un nugget y me lo llevo a la boca. Con la boca llena
contesto que no, que es algo personal. Miento, he publicado esa historia ya
hace tiempo.
Deby coge el último de los nuggets. Lo tiene
en la mano pero no lo come. Habla con él en la mano. Dice que ha tenido mucho
trabajo. La han cambiado de departamento y ahora tiene responsabilidades
fuertes. Siempre es así, cuando estamos a punto, cambia el tema. No logramos
intimar. He dicho que la historia de Deby es personal, pero le importa poco. Ni
siquiera insiste en leer. He dicho que no la tengo a la mano y eso basta para
rendirla. Si hubiese insistido se lo hubiese mostrado. Bueno, digo yo, supongo
que eso está bien, de algún modo. Deby se zampa el nugget y asiente. Está
contenta, dice, ahora gana más dinero y puede pensar en coche nuevo. Ya,
digo yo. Y a todo esto, pregunta, ¿cómo te va ti con las ventas del libro?
Bueno, respondo, tengo techo y tengo vicio. Es todo lo que pido en esta perra
vida: techo y vicio. Deby sonríe, se levanta y lleva los trastos a la tarja. La
dejo hacer, después de todo le importa poco cómo me vaya.
Regresa de la cocina y destapa una cerveza.
Ella bebe, pero poco. Además, no hay otra cosa. Sin embargo dice algo que me
sorprende. ¿Sabes?, dice, esta noche tengo ganas de embriagarme. Lo dice
animada. Pregunto por qué, ella no es así. Bueno, contesta, con todo el maldito
estrés del trabajo… Ya, digo yo y brindo por ella. Deby brinda y se pega un
trago largo de cerveza. El cabello se le mueve y eso me excita. También me
excita la idea de que quiera emborracharse.
Camina por la sala, como buscando algo. Lo
encuentra. Mis viejos discos compactos. Revisa y coge uno. Lo hace sonar en el
estéreo. Es un disco de Led Zeppelin.
Elige la canción, es C´mon everybody
y baila. Dios mío, si no quiere acostarse conmigo no debería hacer eso. Pero lo
hace, y encima se descalza. Los zapatos de tacón negro quedan en medio de todo.
No puedo controlarlo, me empalmo enseguida. Deby viene del trabajo, así que viste una
falda negra, corta, y debajo medias. El torso lo cubre con una blusa blanca,
escotada y que deja ver el sostén, negro también, debajo. Debería estar
prohibido presentarse así a la oficina. Sobre todo por la ventaja que esto
representa. Una mujer como Deby, vestida así y que no sea vicepresidenta… Dios.
Me instalo en el sofá, cerveza en mano, y la
miro bailar. Cuando la pieza termina se deja caer sobre mí, como las estrellas
de rock, que se dejan caer sobre el público. La tengo entre mis brazos, a Deby,
y si esto no significa algo… Se levanta dentro de poco, ha sentido mi erección,
y se alisa la falda. Vuelve a sí. El estéreo continúa sonando pero ya no baila.
Ahora suena Heartbraker. Le digo que
esa canción es suya, al menos el título. Ríe, dice que me deje de tontadas, que
ella no ha roto el corazón de nadie. Bebo.
Regresamos
a la mesa y bebemos en serio. Deby bebe de una manera que no imaginaba. A
tragos largos, uno tras otro, y ríe y dice cosas. Realmente planea
emborracharse. Yo bebo despacio, no tengo intención de perder la cabeza antes
que pueda decir a Deby lo que siento por ella. Enciendo un cigarrillo. Ofrezco
uno a Deby, al fin viene con actitud nueva, quizá hasta quiera fumar. Lo
rechaza, dice que no entiende cómo la gente puede fumar. Antes fumabas, le
recuerdo. Es verdad, antes lo hacía, dice, pero dejé de hacerlo porque no entiendo.
No hay que entender nada, digo, sólo se hace o no se hace, y eso es todo. No
hay modo honesto de explicarlo. Calma los nervios, contiene nicotina, es
socialmente aceptado, pavadas todas. Se fuma si quiere, y es todo. Pues yo no
quiero, dice. Vale, digo yo, nadie te obliga a hacerlo.
Aquí nos adentramos a una conversación
pausada, casi melancólica. Nadie obliga a Deby a hacerlo. Nadie obliga a nadie
a nada. Esto no evita los deseos. Yo quiero acostarme con ella, no importa si
ella no lo desea. Es así. Ha sido así hace siete años. Ninguna mujer ha
mantenido en mí el deseo de hacerlo más de dos semanas, excepto… Trato de
explicarlo, de hacerle ver que entre nosotros hay fuego. Una cosa así debe ser
fuego, algo. Deby escucha y bebe. Yo
hablo pausado, me trabo, y no sé qué decir. No es la primera vez que hablamos
de esto. Lo hemos hablado desde que teníamos veinte años, joder. Yo siento algo
por Deby y ella… bueno, ella dice que me quiere. Nos hemos besado antes, y lo
haremos ahora. Es algo que se sabe. La bebida, el baile, no pueden pasar sobre
una mujer sin hacer nada. Deby lo siente, estoy seguro. Me levanto de la mesa y
me acerco a ella. No se mueve, no dice nada. Me acerco y le beso el pelo. Me
deja hacer. Nos queremos, no importa si nos acostamos o no, somos amigos y hay
algo. Le beso el cuello y se deja. Le beso la boca y me besa. Nos estamos
besando, pienso. En el estéreo suena White
summer.
Esta puede ser la batalla
ganada, pienso al tiempo que la beso y la acaricio. También pienso que no se
gana nada. ¿Por qué tanto afán de acostarse con una mujer? Mujeres hay muchas.
No comprendo esa fuerza que nos hace inclinarnos por una. Lo mismo podría estar
ahora con otra. Con una que se dejase sin más.
3
Deby está allí, de pie, con las
tetas de fuera. Nos hemos besado y le he quitado la blusa y el sostén. Le he
metido mano pero ha pedido que pare. El disco ha parado también. Hay silencio y
yo no entiendo nada. Deby luce como alguien que está a punto de llorar. Deby no
es virgen, lo sé. ¿Entonces? ¿Es que soy tan malo para esta mujer? Los siento,
dice, pero no puedo hacerlo, no soy plato
de segunda mesa.
Ahora lo entiendo todo, es eso. Hace seis años
me dijo lo mismo porque me declaré a ella, pero acabé saliendo con otra mujer.
Cuando terminé con la otra, pedí a Deby que intentáramos salir. No soy
plato de segunda mesa, dijo. Dios, dije, ¿no has superado aquello? Era mi
mejor amiga, dice. Es cierto, la otra mujer era amiga de Deby y yo la cagué.
Todo este tiempo ha guardo rencor en su corazón. El orgullo no la ha dejado
crecer.
Deby se cubre, se sienta sobre el sofá. Yo me
siento a su lado y acaricio su pierna. Venga, le digo, sácalo todo. ¿Soy un
hijo de puta? No lo sé, dice, no hay modo honesto de explicar esto.