En aquel
entonces toda mi vida podía resumirse a tres cosas: mi trabajo, mi novia y mis
ganas de escribir. En ese orden, puesto que de mi trabajo dependía la
estabilidad de mi relación, y de mi trabajo y mi relación dependían mis
posibilidades de escribir. No podía escribir sin trabajo, porque… vamos, uno no
puede hacer nada sin llevarse pan a la boca. Sin relación tampoco podría
escribir, pues… ¿de qué escribiría si no de Estela, que era, como ya dije, la
tercera parte de mi mundo? Así, estaba atado. Mi pluma estaba condenada a la
conservación de dos cosas que, muy en el fondo, detestaba.
El último enunciado es exagerado. Más preciso
sería decir cosas que comenzaba a
detestar. Pero esto también puede ser la hipérbole de una mente cansada. Lo
que sucedía en realidad es que no encontraba sentido a las cosas tal como eran:
el trabajo, Estela, y la constante idea de escribir algún día. Supongo que es un proceso mental por el que atravesamos
todos, en que sopesamos el valor de las cosas que realizamos a diario. Yo era tendero,
atendía una tienda, y no había futuro en ello. No aspiraba siquiera a montar mi
propia tienda; si me había visto involucrado en el negocio de los abarrotes,
había sido mera casualidad. Un día iba caminando por las calles de mi colonia y
leí un letrero solicitando empleado. Bueno, al día siguiente ese empleado era
yo. Casi como si hubiesen escrito se
solicita a Salmoneo Gutiérrez.
En lo tocante a Estela sucedía igual. ¿Es
cierto que un hombre escoge a una mujer? ¿O es acaso que, las circunstancias,
la geografía y la cultura, hacen las veces de cupido? Que Estela y yo fuésemos
novios, ¿se debía realmente a fuerzas del destino, a flechazos en el corazón?,
¿o a mi habilidad de macho que busca hembra, o a sus telas de araña que atrapa moscas?
Todo eso me preguntaba constantemente, y llegué a la conclusión que nada de eso
es verdad. Estela y yo éramos novios porque nacimos contemporáneos, en el mismo
país y localidad, y no teníamos, fuera de nosotros, muchos otros pretendientes
(en mi caso no tenía ninguna pretendiente más). Así, la causalidad, nos llevó a
estar en el momento exacto en que ambos deseábamos enamorarnos de alguien. Ese alguien sería lo mismo yo
que quien sea. Bastaba, estando ella en aquel lapsus de celo, que un hombre que
coincidiera con ella en año de nacimiento, vecindario, etc., se le acercara. Basta
una sonrisa o dos. Basta decir la palabra correcta, verbigracia: azul. Mi color
favorito es el azul. ¡En serio! También
el mío. Si no nos nublara el influjo de nuestras hormonas, seríamos capaces
de apreciar la facilidad con que un hombre y una mujer se enamoran.
Lo que no es repentino, ni casual, son las
ganas de escribir. Esto es más complejo; yace incubado en el alma, como
huevecillos de bichos que un día, pero gradualmente, nacen. Incluso cuando
nacen, lo hacen sin fuerza. Deben crecer en el interior de uno. Para ese
entonces, mis ganas de escribir habían crecido tanto que ya no era yo el dueño.
Me sentía obligado por una fuerza ajena a mí, a dejarlo todo, a sacrificarlo
todo. Algo me decía: nada vale la pena
excepto escribir. A esto, lo llamo locura. Es decir, me había vuelto loco.
Ahora bien, a la locura (ya sea porque estoy
loco) la tengo en alta estima. Todos los que estamos locos estamos orgullosos
de estarlo, y estamos convencidos que es lo mejor que puede pasarle a alguien. Ejemplos
de esto son mis amigos, en primer lugar Martin Petrozza, que esta loco, lo sabe,
y le gusta estarlo y no remedia su vida a pesar que sólo escribe y muere de
hambre, lentamente. Otro caso es Verónica Pinciotti, que es una zorra (sic)
interesada, y lo anuncia como quien anuncia de sí la más grande de las
virtudes. Finalmente Guillermo Garrido, que tiene la manía de cursar todas las
licenciaturas, maestrías y doctorados que su corta vida de humano le permita
cursar. Y encima, se afana de ello, como si gastarse la vida en cosas así
valiera la pena.
En pocas palabras, estar loco es aceptarse a
uno mismo tal cual es. Y eso, es algo más complicado de lo que parece. Es, a
ojos de esta podrida sociedad, ¡una
locura!
2
Debía hablar
con Palafox, mi patrón, y darle las nuevas de que partía. No trabajaría más en
un lugar donde mis facultades literarias se ven menospreciadas, apocadas y
encajonadas en el cajón del olvido. Estaba decidido. Pero, a veces, estar decidido
no es lo mismo que tener valor. Estuve decidido casi dos meses antes de actuar.
Debía, también, hablar con Estela, ya que en parte,
este asunto iba ligado al anterior. El padre de Estela es Palafox, y dejar el
trabajo es dejar de frecuentar a Estela y decepcionar a mi suegro, que
significa decepcionar a mi novia; ella está casada con la idea hogareña del
novio que trabaja para el padre y la familia que cena junta, al terminar la
faena, y habla y convive (aunque al final, gracias, precisamente a esta idea
hogareña, se mande al nuero a casa, a pesar del cansancio del trabajo y del
riesgo de caminar de noche en el Estado de México. No son capaces de decir:
quédate, hijo, ya es noche para que regreses solo. Tampoco son capaces de
decir: te acompaño. Y encima, esperan que al día siguiente sea yo quien abra la
tienda, muy por la mañana, mientras ellos duermen.)
La duda me venía de la decisión de anunciar mi
renuncia, primero a Estela o primero a Palafox. Si comenzaba por el trabajo,
luego Estela me reclamaría no haberle hablado a ella antes de mi resolución.
Sin embargo, si la ponía en aviso me seduciría con su verborrea para aguantar más
tiempo trabajando. En otro escenario, ir primero a Estela y terminarla podría
ayudar a que Palafox me echase a patadas, por defraudar a su hija, sin
necesidad de presentar mi renuncia. Esto no me parecía positivo, pues mi
intención no era cerrarme las puertas de un oficio que bien o mal, pone pan y
sal sobre la mesa.
3
Había otra
cuestión, en la que casi no pensaba (evitaba pensar en ello), y las más
importante de todas: ¿qué haría después? Una vez sin novia y sin empleo, ¿qué
cosa haría para consolarme de terminar con mi vida, tal como la conocía antes? ¿Sobre
que hombro lloraría el duelo de mi desdicha, o sobre que agujero escondería la
cabeza para no hacer frente a la vergüenza de perderlo todo por mi propia
voluntad? ¿A qué me dedicaría exactamente, una vez puesto en medio del mar, sin
costa a la vista? Nadar, nadar, nadar. Pero, ¿no es eso lo que hacemos todos,
nadar, nadar, nadar, incluso cuando decidimos tener un empleo? Nadar en el mar
de la vida sin importar cómo, cuándo, dónde o para qué. Es más sencillo así; lo
complicado es detenerse, pensar. Y eso lo que yo estaba haciendo: deteniéndome
a pensar en mi vida, en el cómo y el para qué de vivir. Sobre todo, en cómo
gastar en adelante los pocos años que me quedan, de la poca vida que me tocó
vivir. La respuesta era siempre la misma: escribir. Y decidí que escribiría (lo
que eso signifique).
Para dejarlo claro, saqué una libreta y a la
mesa de mi casa, antes de que llegase mi abuela, me puse a escribir un montón
de poemas. Todos, salidos del inconsciente, sin ton ni son, y ninguno portador
de valor literario alguno. Deseaba ser poeta, pero no sabía lo que era la
poesía. Escribir no sería tan sencillo como me dictaba el corazón: escribe,
escribe, escribe. Escribir sería mi cadalso, y la pena por cumplir de esta
pobre alma en la Tierra, pagando el precio del pecado cometido por antepasados
milenarios que comieron las ansias de adquirir conocimiento. Más nos valdría
ser campesinos y nunca preguntarnos el porqué de las cosas, ni el sentido de
las mismas. Más valdría no conocer el alfabeto, que conociéndolo, no saber qué
hacer con él.
Estaba harto. Desesperado, y con la urgencia
de dejar de ser Salmoneo Gutiérrez y convertirme en mí mismo. Es increíble lo
complicado de poder ser uno mismo. Hay gente que muere sin lograrlo.
4
Estela tenía
un par de ojos hermosos. También era rubia, delgada y de cuerpo bueno.
Cualquiera que supiera que yo iba a dejarla en cualquier momento me hubiese
gritado a la cara que yo era tonto. Es probable que así sea, pensaba. Sólo un
tonto abandonaría la compañía de una mujer bella y amable. Estela habíase
esforzado en mantener una relación estable y duradera; en hacer que las cosas
fuesen pasaderas y suaves. Esto, por supuesto, no evitó alguna pelea; pero
siempre peleas menores. Nada para cortarse las venas o tirarse de un puente.
Aún así, sentía la necesidad de alejarme. De respirar otros aires, solitarios y
melancólicos, donde pudiera dar rienda suelta a mis deseos más profundos y
personales. Si hubiese tenido el valor de confesarlo, hubiese dicho: leer y
escribir. Eso es todo lo que deseo. Nada fuera de ello es importante para mí, y
me importa poco si muero de hambre en el intento. Ningún pan llena, ningún
amoneda satisface, ningún cuento alegra. En todo caso, no escribiría por dinero
o por fama. Escribiría porque escribir es el aire que respiro, sin juzgar si
respirar es bueno o malo, y es el único acto humanamente posible para mí. No
encuentro placer en escribir, pero evito con ello el sufrimiento, que es lo más
que un hombre puede hacer en esto que llamamos vida.
Alguna vez luché por lo que ahora detesto. Si
pudiera explicarlo, terminaría por explicar al hombre. Hasta ahora no hay
alguno que haya explicado al hombre. El hombre jamás podrá explicarse a sí
mismo, como el perro jamás logrará saber por qué ha nacido perro, ni lo que ser
perro significa. El chimpancé no entenderá nunca la raíz de sus acciones, ni el
ave comprenderá el valor de sus facultades aéreas. Así, el hombre no puede
conocer la verdadera valía de sus virtudes, ni calcular la fatalidad de sus
errores. Estamos condenados a ser lo que no has tocado ser, y hacer lo que se
nos dicta que hagamos. El hombre que ha nacido para conquistar, conquistará a
pesar de todo. El hombre que nacido para ser conquistado, no podrá evitar la
derrota, aunque ponga todo su empeño en evitarlo.
5
Purgar mi vida
es de lo que estoy hablando. Lo que necesitaba para realizarme. Quitar todos los obstáculos que impiden ser yo. El
primero, el trabajo. El segundo, Estela. Pero antes, ¿qué soy yo? Un poeta es
lo que soy. ¿Y qué es un poeta? He aquí otra aventura de vida que desentrañar…
Tres proyectos con mucha amplitud.
ResponderEliminarBETUN Y GAMUZA, FROTA Y FROTA EN MI HUMILDE OPINION TIENES EL DON, UN BOCETO INTERESANTE Y ATRAPANTE, DINERO, VAN GOGH NO VENDIO UN CUADRO, MUJER, GAUGUEIN LE PRESENTO UNA PROSTITUTA QUE LE COSTO UNA OREJA, Y POETA COMO PINTOR SI TU DICES QUE LO ERES LISTO, LINDO BOCETO CON MIL PUERTAS, TOMA ESTE COMO DESAFIO, YO TE FELICITO, ME GUSTO.
ResponderEliminarExcelente!!
ResponderEliminarESCRIBIR SOBRE LO VIVIDO O LO IMAGINADO...Y EL ARTE CON HAMBRE NUNCA SE DAN....
ResponderEliminarTu actitud muestra tu inteligencia, te felicito doblemente, toma tu tiempo, disepolin se demoro dos años en darle la letra de UNO a Marianito Mores, le entrgaba estrfas en papeles de servilleta, y Don Astor Piazzolla, compuso adios nonino en el vuelo de paris a bs as, hay regalos llovidos y otros que dejar correr, bien bien
ResponderEliminarK bueno, resumido al punto de una dependencia al Amor ¿es algo asi?
ResponderEliminarQuise extraer un pequeño fragmento, pero al parecer la página es segura...no permite copiar. Gracias por el aporte, siempre con excelentes sugerencias. Saludos.
ResponderEliminarBien...
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