“Los sentimientos de
anonimato y oscuridad de un escritor constituyen la segunda propiedad más
valiosa que le es concedida.”
Ayer por la tarde fui al centro comercial,
donde me cité con Martin Petrozza. Habíamos quedado para comer, y luego iríamos
a un bar. Desde Potenza que no le miraba; había intentado suicidarse, pero casi
no hablamos de eso.
Comimos hamburguesas en McDonalds, y como no
supe qué decir al respecto de aquello, se lo dije como iba: ¿por qué carajos
pensaste en matarte, estás pendejo o qué? Martin alzó la cara (la tenía metida
en su hamburguesa), y asombrado dijo: no lo sé, Dios, ¿por qué todo el mundo me
pregunta lo mismo? Si los suicidas conocieran exactamente las razones de sus
actos, no se matarían. Para eso hay que estar un poco loco, y entrar en lapsus. Ya sabes, esa como el dicho: esas cosas se hacen y no se piensan, porque
si se piensan, no se hacen, y… Petrozza iba a echarme toda esa perorata
tautológica y enrollada, cuando de la nada salió un hombre. Se acercó a
nosotros y nos saludó con la mano abierta. Dijo: ustedes son Martin Petrozza y
Verónica Pinciotti, ¿no?
Martin y yo habíamos publicado algunos textos
en revistas y fanzines, y en el blog de Whisky en las rocas. Petrozza, además,
contaba con un libro publicado, y… lo que quiero decir, es que ninguno de
nosotros se consideraba famoso. Petrozza menos que ninguno, y yo por debajo; ni
siquiera aceptaba los ofrecimientos de Martin de llevarme al estrellato. Petrozza
me había propuesto incluirme en una segunda publicación (un libro llamado más o menos así es el hombre bajo el
sello Whisky en las rocas, que es la editorial que maneja Martin) y deseaba que yo participase al cien
por ciento. Esto quiere decir que me presentase públicamente y que formara
parte de la asociación editorial, consejo editorial, y todas esas cosas. Por
supuesto, me negué. Le dije que mis intenciones se limitaban a escribir. Podía
hacerlo, mandar textos a dictamen, pero
jamás ser una figura pública que da conferencias y manda saludos. Ya tenía
demasiado con los acosadores de la privada de mi casa, y con los maniáticos de
Internet, como para encima, salir a la luz y lidiar con los eternos intentos de
conquista; todos, dicho sea de paso, patéticos hasta el hartazgo. Una mujer no
puede decir soy dueña de mi propio culo, porque
entonces todos los hombres se creen con derecho a tener cama con esa mujer. Pero
vamos a dejarlo claro: las mujeres libres se reservan el derecho de admisión. Que
una se acueste con todos, no significa que va a acostarse contigo. Petrozza no
lo tomaba a bien; estaba empeñado en lanzarme al estrellato. Dijo que podía
conseguirme entrevistas en radio y conferencias en las principales
universidades del país. Todo esto era cierto, él mismo daría estas entrevistas
y estas conferencias, pero no me tentaba.
Bueno, pues sí, dijo Petrozza alzando los
hombros. ¿Y tú cómo lo sabes?, pregunté yo, y este muchacho se excitó, y
hablando como caballo desbocado, explicó que había leído nuestros textos en el
blog, que no se perdía uno, y que sabía que nosotros andábamos por el Sur. Tuve
que mirar a Petrozza para que lo entendiera, de esto precisamente es lo que
estaba hablando. Ya habíamos ventilado demasiado nuestra vida privada.
¡Estupendo!, exclamó Martin, e hizo sentar al
muchacho a nuestra mesa. Para él, ser reconocido en la calle era algo que debía
agradecerse. Tenía la idea de ser amable con todo aquel que le brindara
atención. Si uno llegaba y le decía he
leído tus textos lo consideraba amigo del alma y estaba dispuesto a beber
con él. En general, siempre estaba dispuesto a beber con todos. Sobre todo, si
se le invitaba. Era un roble en cuanto a sus ideas, pero una botella de whisky
gratis podía roer el tronco de ese roble. No comprendía mi postura, que era la
de permanecer en el resguardo de la privacidad. Nadie nunca lo había querido
sólo por su cuerpo, o para acostarse con él. Y en caso de ser así, lo hubiese
disfrutado. No hay mujer mala para el sexo, solía decir. Por mi parte, lamento
no poder decir lo mismo de los hombres.
El muchacho se llamaba, digamos que Toledo. Toledo era estudiante de Letras en la UNAM, lo que bastó para que discutiera acaloradamente con Petrozza sobre un poema de Roberto Bolaño que ambos habían leído y consideraban bueno. El poema se llamaba Los perros románticos, y pertenecía a un poemario homónimo. Estuvieron con eso unos buenos cuartos de hora, hasta que Toledo prefirió saber de mí. Me preguntó si era verdad todo lo que escribo en los textos. Bueno, pensé, aquí vamos de nuevo: las mismas preguntas y las mismas respuestas. Parecen hechos con el mismo molde.
Luego del circo de aquello, dije a Petrozza
que debíamos partir. Estuvo de acuerdo, y pensé que al menos todo esto había
terminado. Las miradas de Toledo a mi pecho, y la enajenante ilusión de que
hablando de literatura podría acostarse conmigo.
Debí suponerlo, no era difícil de imaginar.
Petrozza anunció que iríamos a cualquier bar, y Toledo se agregó a la velada; dijo
que él mismo podía invitarnos unas copas. Petrozza no pestañeó siquiera, aceptó
en el mismo instante que Toledo lo propuso, y así, sellaron el trato. Estos dos
ya eran hermanos de borrachera, incluso antes de haber bebido.
Martin y yo teníamos ideas muy
diferentes sobre la popularidad. Para él era como el agua que necesita el pez,
y para mí, como el agua que desprecia el gato. En el instante que nos levantamos
de la mesa, me despedí. Toledo se sorprendió. Estoy segura que llegó a
arrepentirse de sus palabras, de haber invitado las copas, ahora que sólo iría
con Petrozza. Esto es lo que Martin no podía comprender. Toledo no estaba allí
por nosotros, ni siquiera por mí, sino por sus instintos sexuales. Sería muy
capaz de dejar colgado a Petrozza si pudiera irse conmigo. Y en todo caso, no
se iría conmigo, sino tras mi culo, como un asno tras una zanahoria pegada a su
cabeza. Petrozza también se sorprendió, pero cuando recordó que Toledo pagaba
las copas, se despreocupó. Total, alguien más paga las copas y da lo mismo si es
Verónica o Toledo. Así es como piensa Petrozza.
2
Dos días después volví a ver a
Petrozza. Dijo que Toledo y él se habían puesto una farra monumental, y agregó
que yo debí haber ido con ellos. Eso está bien, dije, pero lo de ir yo… bueno,
traté de explicarme, si Toledo fuese homosexual y supieras que anda tras tus
huesos, ¿aún así te parecería estupendo
salir con él? Petrozza dijo que me olvidara de eso, que Toledo era un hombre de
verdad. Ya lo sé, dije, me quedó claro cuando no pudo evitar mirarme los senos;
pero pongamos que la próxima vez te reconociera en la calle un homosexual, y te
siguiera y se empeñara en llevarte a la cama. Antes de que Petrozza pudiese
contestar, yo seguí: ahora imagina que no es uno, sino diez. Imagina que te
agregan a sus círculos de redes sociales, que te envían correos electrónicos,
que te piden poner la cámara web por todo, y que en la cuadra de tu casa hay al
menos tres de esos. ¡Joder!, exclamó Petrozza. Bueno, dije, y aún así tú
quieres que me presente públicamente y que me deje mirar y conocer. Venga,
Pinciotti, ¡pero si es distinto!, gritó Martin y yo bufé; el asno de Petrozza
no había entendido nada. ¿Puedes explicarme por qué es distinto?, pregunté sabiendo que no podría. No pudo. Lo que sí, es
que lo dejó claro: deseaba utilizar mi cuerpo como carnada. ¿Qué pasaría si
fuese una mujer horrible? ¿Es verdad que los que dicen leerme, aún así lo
harían?
3
A esta discusión se sumaron Guillermo
y Salmoneo. No llegaron para dar por finiquitado el asunto, sino todo lo
contrario. Guillermo estaba a favor de Petrozza y deseaba presentarse en
público, pero sobre todo, lanzarme a mí al ruedo y que todos pudieran salir y
fotografiarse conmigo y decirme lo mucho que gustan mis textos. Eran un par de
machos hijos de puta. Serían capaces de hacerme salir en falda con tal de
llamar la atención.
Afortunadamente, Salmoneo se inclinó a mi
favor. Dijo que yo, y cualquier escritor, debía ser juzgado por sus textos, no
por su cara. Y que si prefería no salir a la luz, mejor. Así se vería si en
verdad aquellos que me mandan poemas y cartas, y que dicen estar enamorados de
mí por mis letras, son sinceros o falsos. Por si fuera poco, Salmoneo se plantó
en la misma posición que yo. No me presentaré en público jamás, dijo. Al mundo
regalo mis textos, pero mi cuerpo y mi vida son míos. Petrozza y Guillermo se
miraron, mudos, y no se creyeron que nosotros dos no deseáramos ser lo que se
dice un escritor reconocido. Reconocidos,
sí, enfatizó Salmo, pero por nuestra poesía, no por nuestras caras.
Estuvimos dando vueltas al asunto, analizando
los convenientes e inconvenientes de nuestra postura (la de Salmo y la mía), y
mientras tanto, bebimos tantas cervezas que al final, Petrozza dijo que
Salmoneo y yo podíamos hacer lo que nos viniera en gana. En realidad, eso no se
ponía en tela de juicio, con él o sin él, siempre, uno puede hacer lo que le
venga en gana.
De cualquier forma continuamos discutiendo. Como
ejemplos de esto teníamos a casi cualquier escritor que busca la fama, y del
otro lado, a J.D. Salinger, que fue el escritor que más repudió la fama. Cosa
curiosa, como hizo notar Guillermo, sólo después de perseguirla vehementemente.
Sí, sí, sí, dijo Petrozza, pero Salinger era un acomplejado. Yo no lo discutí,
es muy probable que haya sido así; Salinger moría por atención y deseaba con
toda su alma una novela que hiciera girar los reflectores a su persona… y
cuando esto pasó, como niño que corre tras el fuego que encendió, deseó con
ardor desaparecer de aquellas luces. Es cierto que estas conductas son la de un
acomplejado, hasta cierto punto, pero no demerita el secreto que encontró
Salinger: las luces de los reflectores no siempre son lo mejor que te puede
pasar. Hay que tener cuidado con lo que se desea.
Salmoneo Gutiérrez estaba convencido de que el
anonimato es el fruto que debe cultivarse si uno se dedica a la literatura. No deseaba
mostrar siquiera un fotografía de su rostro, ni publicar el lugar de su residencia
o el correo electrónico que utiliza para comunicarse con los suyos. Los suyos,
por supuesto, están más enterrados que él mismo, y jamás se permitiría
exponerlo (al menos no con nombres reales) en sus textos ni en ningún otro
lugar. De todos, era el más tajante. El polo opuesto a Petrozza, que gozaba (masoquistamente
y quizá, también por acomplejado) de divulgar su vida privada, sus amoríos, sus
penas, sus dichas y desdichas, sus pensamientos y toda su alma. Incluso estaba
dispuesto a presentarse públicamente. Deseaba, según sus propias palabras,
romper la línea que divide al autor del lector, y dejarlos atravesar como quien
pasa por la puerta abierta de una casa. Él los esperaba a todos con una cerveza
en la mano, para platicar, discutir o polemizar sobre cualquier cosa. De todo y
de todos se aprende, solía decir, y así, hablaba lo mismo con vagos de la
calle, que con peces gordos del mundo editorial. Tenía sed de vidas y de
historias. Le encantaba escuchar la vida de otras personas. Y también, que le
escuchasen.
Discutimos esto durante mucho tiempo, y al
final concluimos: yo me limitaría a enviar textos a Whisky, y él de
publicarlos. Si deseaba imprimirlos en libros, por mí mejor; no le cobraría un
centavo que no pudiera darme; pero a cambio, él dejaría que yo hiciera con mi cara y mi vida privada
lo que yo quisiera.
Salmoneo firmó este mismo contrato y brindamos
por el respeto a la vida de cada quién. Lo que no impidió que Petrozza
continuase empeñado en hacernos cambiar de opinión. Ya conozco sus argumentos,
decía, y los respeto, pero… Conocía nuestros argumentos, sí, pero de respetarlos
dejaba mucho que desear.
Hacía mucho que no disfrutaba tanto un texto de WELR en este año. Quizá fue porque me atrajo el nombre de Jerome David... el único escritor a quien respeto con temor (es decir, que si lo tuviera enfrente -en sueños, que es la única manera de tenerlo enfrente- me echaría a llorar como una nena que ha perdido su barbie favorita). Pienso en la idea inicial del texto... ¿matarse? no le veo el caso: uno siempre lo hace cuando ya ha pasado lo peor... ¿y si hubiera alguna razón...? bueno. la única razón que considero válida es el aburrimiento. NO conozco el aburrimiento, he oído decir a algunas personas cansadas (con el rostro poliuretano de la gente simple) decir "Estoy aburrido" y uno piensa ¡cómo se puede uno aburrir en estos días! Cómo se logra ese milagro... Y luego Sálinger y la cosa de la fama y el anonimato... hay tanto que pensar al respecto... tantas veces he deseado -¡Intentado!- abandonar esta mierda, pero escribir es como enamorarse de la màs puta: pareciera que entre màs la amas màs te desprecia. Es el paradigma del oficio... pero sigo pensando en la muerte... Decidirse a morir no es solamente un acto elegante de abandonar la circunstancia que es la vida, es también una manera decente de responder a las preguntas ociosas. Camus asegura que el hombre es el único animal que sabe que morirá, pero nunca explicó por qué actúa como si no le importara. Nuestro mínimo desprecio, indiferencia, o desfachatez por la vida, no refleja ninguna filosofía útil, sino un adiestramiento hacia la existencia que raya en lo inmoral. Por eso declaro mi inclinación por el cine snuf, mi seducción por los videos caseros de gente que se toma la molestia de volarse la sesera un buen día soleado o dejarse cortar en pedacitos.... Son videos exquisitos, conmovedores, envidiables. Lástima que son tan escasos y muchas veces falsos.... Deberían legalizar el suicidio como un efectivísimo método de control poblacional. Incluso ofrecer un bonito carnet que nos acredite como suicidas afiliados al sindicato, y a cada intento fallido, perforarlo como una prueba de que aún se está en la faena. Entonces podríamos salir a las cantinas y sacar nuestro carnet para compararlo con el del compañero afiliado, checar las perforaciones, tomarse unos tragos y despedirse despreocupadamente, quizá para siempre. Entonces los amigos dejarían de ser entrañables, la nostalgia se devaluaría, las listas de cumpleaños se volverían obsoletas, y aquella chica, el amor de toda la vida, dejaría de preocuparnos tanto. Sí duda, un carnet para suicidas cobardes podría solucionar muchos paradigmas humanos....
ResponderEliminarVaya... creo que me he extendido, sólo para decir que el texto me ha gustado... es una lástima que lo haya escrito V.P, porque seguramente pensará -fémina al fin- que el texto me ha gustado porque ella me ha gustado... una lástima, porque parece una chica muy agradable... desafortunadamente no tolero a las mujeres hermosas .les temo- y demasiada belleza esconde, no sé... una especie de condena. Espero y no me malinterprete. Saludos.
ResponderEliminarmmmh, viene bárbaro hasta que arranca a hablar el suicida, no te parece un poco de cartón? es el suicida fallido del mundo de las ideas. debería ser menos coherente, un poco entreocrtado. no es necesario que así sea, no es necesario que en un cuento un tipo hable como en la calle, pero en tu texto sí, vos te pusiste la pauta arrancando a la manera "guardian entre el centeno", el narrador está logrado.
ResponderEliminarbello gracias x compartilo amigo ♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥
ResponderEliminarEsto es literatura o una hamburguesa que se come en un segundo? Un escritor es un mago de las palabras, un renovador de la lengua,un pensador... Este tipo de textos son mediáticos, que se comen en un segundo y luego se olvidan... Afortunadamente... La literatura debe ser exigente con el lector y con el escritor. Este tipo de textos abren una pregunta: cualquiera puede ser un escritor?
ResponderEliminarPrecioso1
ResponderEliminarBuen blog y buenos seguidores.
ResponderEliminarGracias por compartir este bello escrito buenas tardes saludos
ResponderEliminarExcelente, felicitaciones :)
ResponderEliminarGRACIAS POR TU APORTE!!!!!!!!
ResponderEliminarMaravilloso
ResponderEliminarEl relato es contradictorio. Muchos escritores dicen querer el anonimato, sin embargo, colocan su nombre en sus relatos. No sé...tal vez en el fondo, por más que pregonemos, deseamos ser reconocidos por nuestro trabajo. Eso no tiene nada de malo. Y Salinger, en realidad...me gustó tu relato, pensé largo rato en lo que escribiste. Saludos desde Venezuela.
ResponderEliminar:) amateur con 2 textos para publicar :( falta apoyo..
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