Conocí a Frank Miller en la sala
del aeropuerto. Tenía pinta de extranjero pero era mexicano. Más o menos el
mismo caso que yo, que provengo de un padre italiano. En su caso, Frank tenía pinta de norteamericano. A decir verdad, odio la apariencia de los
norteamericanos. Ya sabes, con sus pieles blancas y sus caras pálidas y esos
ojos claros, enfermos. Por si fuera poco, con esos peinados de pelos cortos y
parados. Frank Miller no era el tipo de hombre que me provoca fantasías
sexuales. Sin embargo, cargó mis maletas. Literalmente me cargó las maletas.
En aquel entonces tenía diecinueve años y aún
creía que una mujer y un hombre pueden enamorarse a primera vista. La idea de
enamorarse de un hombre que le carga a una las maletas en la sala del
aeropuerto me parecía encantadora. Además, por aquel entonces yo ya gozaba de
una vida sexual suficientemente abierta para saber que el sexo con desconocidos
es más excitante que hacerlo con los mismos de siempre. Entonces, me dije:
Verónica, esta es la oportunidad de enamorarte de un desconocido en la sala de un aeropuerto. Frank Miller medía un metro con ochenta, era delgado y amable y
tendría unos treinta años. Todo lo que yo necesitaba para dar rienda suelta al
cumplimiento de mi fantasía.
He dicho que a los diecinueve años aún creía
en el amor a primera vista pero no es verdad. Nunca he creído en el amor a
primera vista. En ninguna clase de amor. Sin embargo, aprendí a temprana edad a
construirme el mundo. El amor no existe pero la idea del amor es bella y yo
sabía cómo crear en mi vida la imagen de lo que quería. Desgraciadamente, había
moscas que quedaban atrapadas en las redes de estás ilusiones.
Frank preguntó si iba lejos y respondí que no,
sólo al estacionamiento. Iba camino al estacionamiento. Recién llegaba de un
viaje a Francia y Frank se ofreció a llevarme las maletas hasta el
aparcamiento. Supongo que me miró caminar, sola, y decidió probar suerte conmigo. Otra hubiese
pensado que ninguna oscuridad se escondía en las ingenuas y nobles intenciones
de un hombre de treinta años abordando a una adolescente; pero yo aprendí
rápido que las nobles intenciones de los hombres (levantarte lo caído, cederte
el asiento, recomendarte un libro) nunca son tan nobles (a menos que seas una mujer
fea). Camino a nuestro destino y con las maletas en las manos me contó que en
un par de horas él abordaría un avión con dirección a Ohio. Le pregunté si era
de allá y dijo que no, que era mexicano. Después de un silencio agregó que los
padres de su padre eran los americanos. Hubo otro silencio y Frank comenzó con
esto, dijo: tienes una sonrisa muy hermosa. Entonces sonreí y expresé que me
parecía curioso. ¿El qué?, preguntó Frank al tiempo que salíamos. Que hables
así de mi sonrisa, si nunca me has visto sonreír, dije. Era verdad, hasta ese
momento no había sonreído de nada. Frank rió, apenado sinceramente y se excusó
diciendo que no hacía falta mirarme sonreír para saberlo, que yo era un ángel y
los ángeles siempre sonreían hermoso. Asentí con la cabeza y me recargué en él
para darle las gracias.
Estaba hecho, eso era todo. Ahora podíamos
comenzar a hablar de amor. Era el principio de algo. Una vez llegados a donde
mi coche teníamos por delante un abanico de posibilidades. Habíamos reído
juntos y firmado un acuerdo tácito entre nosotros. Frank se pensaba que tenía
el control, que yo había cedido con mi inexperiencia e ingenuidad el control de
mi vida. Estaba muy equivocado. Si yo quería podíamos subir a mi auto e irnos a
follar. Por un momento lo consideré, sería un buen reto. ¿Podría usar el
encanto de mi sonrisa para hacer que Frank abandone su vuelo a Ohio?
No subimos al auto, lo que pasó fue lo
siguiente: dejamos las maletas en el portaequipaje y nos fuimos a cenar. Frank se
ofreció a pagarme la cena y cenamos en un restaurante dentro del aeropuerto. Preguntó
si en realidad debía marcharme ahora y luego de que yo lo pensara un par de
segundos y preguntara por qué, me lanzó la invitación. Uno no siempre tiene la
oportunidad de platicar con un ángel y me gustaría aprovechar, dijo. Ya
comenzaba a cansarme que me llamara ángel. La situación era la siguiente: Frank
tenía menos de dos horas para enamorarme, y yo me dejaría enamorar. A menos que
realmente metiera la pata, todo iba a salir como él lo deseaba… porque yo lo deseaba.
2
Nuestra primera e improvisada cita
no estuvo nada mal. Me llevó a Barba roja y ante un plato de carnes frías y un
par de sodas, después de halagar cada parte de mi rostro, me contó que en
México era dueño de un par de franquicias de comida rápida. No queriendo entrar
al oscuro y aburrido (sic) tema de los negocios, me preguntó cómo es que una
niña tan preciosa andaba viajando sola por el mundo. Cuando eres la hija única
de un padre divorciado que vive pensando en negocios, diecinueve años de edad
son suficientes para hacer lo que te dé la gana, dije. A Frank le pareció
estupendo. Ahora yo era un sueño hecho realidad: diecinueve años, despierta y
libre para hacer una vida de adulto. Si le hubiese advertido que en la sala del
aeropuerto se encontraría conmigo no lo hubiese creído.
A la segunda soda el arroz se había cocido.
Frank me contó que estaría en Ohio tan solo un par de semanas y regresaría a
México donde radicaba para no volver a salir en al menos en dos años, que era
el tiempo con que frecuentaba a sus abuelos. Me pidió que regresando nos
volviésemos a ver. Sonreí y mirándolo a los ojos respondí que por supuesto. En
realidad, ahora que lo pienso no sé exactamente por qué hice aquello. Yo sabía
que Frank no me interesaba en absoluto. Ni siquiera era capaz de mirarlo sin sentir
repulsión a su piel blancuzca. Y mirarlo a los ojos era como mirar los ojos de
un gato. Eran unos ojos grises, multicolores, como un experimento fallido de
hacer ojos biónicos. Sin embargo, lo hice. Apunté en una servilleta mi nombre y
mi número de móvil. Se lo estiré y le pedí que no dejara de llamar. Acto
seguido, me levanté y lo dejé con la boca abierta. Iba a decir algo y no
esperaba mi salida abrupta, pero le recompensé con un guiño y un beso lanzado desde
la puerta del local. Aunque Frank no era mi tipo, debo confesar que había algo
en todo esto que me excitaba.
Caminé los pasos que quedaban para salir del
campo de visión de Frank con mucho estilo, algo así como el estilo de una
lolita que acaba de encontrar a su Harold, y una vez fuera corrí del alcance de
este teatro, corrí. Llevaba más de una hora de retraso y mi libertad de
señorita de diecinueve años no daba para librarme de un sermón echado por mi
padre recordando que justo por esta actitud mía de desinterés a su preocupación
era que no le agradaba que yo viajase sola. Podría matarlo de un infarto, etc.
3
Para cuando Frank llamó yo ya lo
había olvidado. Por aquel entonces mis deseos eran tan fugaces y efímeros como
los deseos de una princesa, o de una niña. Cuando me dijo su nombre y quién era
estuve a punto de colgar. Desgraciadamente (para él) habló tan rápido que no tuve
tiempo de hacer otra cosa que aceptar, y cuando terminamos la llamada ya estaba
comprometida a encontrarme con él el sábado siguiente en el restaurante de un
hotel del centro de la ciudad.
El caso es que nos vimos y ya no pude hacer
otra cosa que actuar mi papel de enamorada. Actuar estos papeles era una forma
de aprender. Hacer el amor con un desconocido es como filosofar sobre el
comportamiento humano. Darte cuenta que la vida es un intercambio, un comprar y
un vender infinito incluso en los planos que consideramos más sagrados. El sexo
se vende, es bien sabido, pero también
se vende el cariño. Puedes vender tu cuerpo y puedes vender tu alma. Hay quien
vende ideas, y hay quien compra ideas. La vida de las personas está en venta.
Compras un lugar en el Cielo. Las religiones venden palcos en el Cielo. Satanás
compra almas. Los políticos compran votos. El pueblo vende su libertad. El
amor, por ejemplo, es algo que puede venderse, pero jamás comprarse. Yo era la
vendedora y Fran Miller mi cliente.
La primera vez que nos besamos fue en el coche
de Frank. Dijo que ya no podía contenerse y se lanzó. Nos besamos unos buenos minutos.
El pez había picado el anzuelo, ahora había que jalar el sedal. Continuamos
besándonos hasta que finalmente se lo propuse. Era la segunda vez que nos
mirábamos. Me separé de él y le dije: hagámoslo. Frank se puso al volante y
condujo. Entramos a un cuarto de hotel.
4
Fue por la quinta semana que no
pudo más. Habíamos mantenido una relación intermitente entre el amor y el sexo.
Por las tardes nos tomábamos de la mano y caminábamos juntos por el parque,
como un par de enamorados, y por las
noches corríamos a cuartos de hotel. Sin embargo, aquella tarde lucía conmocionado.
Y lo estaba. Me llamó para invitarme a comer y cuando estuvimos cara a cara, me
lo soltó: estaba casado y tenía dos hijos. Intentaba venderme su compasión,
pero la compasión es algo que nunca he valorado. Contrario al espectáculo que
aquí cabría hacer al respecto de todo este tiempo de mentiras y engaños, me metí
a la boca un bocado de lasaña y masticando, dije: felicidades, ¿cómo se llaman
tus hijos? Frank no se lo tomó adecuadamente. Repitió que era casado y tenía
dos hijos. Volví a decir que me parecía fabuloso, que debían ser buenos
muchachos y… Frank no podía creer que yo tomase esto con ligereza. Te estoy
hablando de niños, exclamó, no de gatos. Al mirar que mi reacción no cambiaba
en absoluto preguntó si acaso estaba loca o estúpida, y que si no miraba el
daño que esto causaba a nuestro amor. Aquí estallé, Dios. Le pedí que no
volviera a llamarme estúpida y que por el amor de Cristo, sus hijos no
alteraban en nada nuestro destino: no íbamos a casarnos. Daba lo mismo si tenía
dos o cinco, o si era viudo.
Esto fue nuestro primer malentendido. Todo
este tiempo Frank se tomó las cosas demasiado en serio. Compró el juego de los
pecaminosos enamorados y se estampó con pared cuando descubrió que para mí, no había
pecado. Sin pecado, nada de esto vale la pena. Además, descubrió que mi amor
por él era falso. Me importaba poco su vida fuera del tiempo que me dedicaba.
No le celaba y además, no estaba dispuesta a luchar por él, a arrancarlo de las
garras de esa arpía que supuestamente era su esposa. Ya que se daba por sentado
que si engañaba a su mujer, es porque ésta sería una arpía o algo.
Tuve que terminar con la misma rapidez con que
empecé este juego sucio. Ya que estábamos para confesarnos, me confesé. Dije a
Frank lo que sentía por él: nada fuera de lo normal. Nada más allá de lo que
siente una por un amigo, y en su caso, ni siquiera un amigo de verdad. En
cuanto lo miré a los ojos supe que debía arrancar esto de tajo. Confesé además,
que nunca me gradó el color de su piel. Y comencé a hablar en pasado. Fue bueno
mientras duró, querido, pero… Pasamos momentos agradables después de todo… Fue
mejor así…
Después de unas cuantas lágrimas pagó la
cuenta y se fue. Supuse que no volvería a saber nada de Frank Miller el amante
blanco, pero…
5
Siempre me costó trabajo entender
la mente de los hombres enajenados con una mujer. Yo misma era de la idea que
en el mar hay peces, y que entregarte a una que no te quiere es desperdiciar
tiempo de estar con la que sí lo hace. Incluso si la que sí lo hace aún no
llega.
Frank no era de esta idea. Frank era como la
mayoría de los hombres que se enajena. Me llamaba por las mañanas y por las
noches, y a pesar que le dejé claro que lo nuestro había llegado a su fin,
pensando él que sí me afectó lo de saber de su matrimonio, me rogó perdón y
prometió pedir el divorcio. Aquí también dejé mucho que desear, le recomendé
hacerlo porque era evidente que no estaba siendo feliz con su mujer, pero que
no lo hiciera por mí. Dijo que se rendía, que yo era un caso para quitarse la
vida.
No se rindió, estuvo más de dos meses rogando
que regresara. Pero Frank Miller no era el tipo de hombre con el que yo deseara
estar. ¿Es que no hay uno al que puedas decir: seremos amantes y cumpla con
su palabra sin enamorarse? Si me dieran un centavo por cada hombre que he visto
pronunciar estas palabras y fallar… Ya estaba Frank para contar uno más a lista
de aferrados.
No iba a resolverle la vida a nadie, tenía
diecinueve años y me acostaba con hombres para conocer mis límites y mis
capacidades.
desde mi umilde opinion , el que no creas en el amor no , sera que persona alguna en ningun momento te hizo sentir la necesidad de vivir con ella y para ella crear la ilusion de que sin ella la vida no tiene sentido ( aunque por desgracias a veces descubres que no es asi) que el tiempo se te hace eterno cuando no estas estas a su lado , que con ella vives como en una nube como en una ilusion y que en algun momento tuviste miedo de sentir esa necesidad , y te forjaste como proteccion un castillo inccesible a tu alrededor , es malo vivir sin una ilusion aunque a veces inalcalzable
ResponderEliminarcomparto todo lo que dices.. aunque si es verdad que vivir sin ilusion es malo ,pero tampoco es bueno vivir de ilusiones porque moririamos de desengaños!!
ResponderEliminarpero no me negaras que bonito mientra existe esa iluion en la vida todo esta a tu mano cerca para puderlo alcanzar cuando te la matan lavida se torna insipida sin alicientes , prefiero una ilçusion aunque sea en el aire que morir de languidez
ResponderEliminarPobre Pancho Miller Snif!!.. Seguro que esta experiencia le sirvió para inspirarse y escribir La ciudad del pecado...¡Que bueno!...Me gusto tu historia fue interesante.
ResponderEliminarPobre Panchito Miller... quedo Sin city... perdona quise decir quedo Sin corazón.
ResponderEliminarEs cierto..solo es cuestion de medidas.. mientras la tengamos tenemos que vivirla al maximo, siempre es bueno tener algo que contar , y no tener una hoja en blanco!
ResponderEliminarHacer el amor con un desconocido es como filosofar sobre el comportamiento humano. Veronica Pinciotti.
ResponderEliminarEXCELENTE!! :o
ResponderEliminarbueno
ResponderEliminarExcelente!!!!
ResponderEliminarnice
ResponderEliminarse me hizo muy buena síntesis social el penúltimo párrafo de la tercera sección, y por supuesto, el retrato anímico de una joven abierta que a los diecinueve años vende un amor que no se puede comprar jajaja
ResponderEliminarMuy lindo
ResponderEliminarMuy buen relato,, felicidades
ResponderEliminarMuy auténtico! tan simple como eso.
ResponderEliminarSin quererlo y sin creerlo. Yo sí me enamoré a primera vista, me enamoré hasta los huesos. Nunca me eligió , pero nunca me dejó ir. Yo estaba creciendo, y como efecto residual de mi propia frustración, jugué a venderles el amor a todos los demás de la misma manera. Me encantó la frase de cierre.
Después veremos quién paga los platos rotos al final..
M
No entendí el texto, quiero suponer que debe de tener un tinte literario si este espacio está dedicado a la literatura y como la autora se describe, pues señala que es escritora y parece más el texto de un blog que una pieza de literatura. No pretendo ofender a Verónica Pinciotti, pero cuando escribimos, debemos volcar lo que leemos. Hallé muchos lugares comunes y frases sin sentido. Además de que hay un claro abuso de adjetivos y una carencia de descripción. Las palabras no recrean ningún lugar. Es como si la historia se desarrollara entre dos personajes sin espacio físico. Ojalá la autora no desista de la letras, que a pesar de que a veces lucen indomables, la pluma puede, en ocasiones, domesticarlas.
ResponderEliminar*-*
ResponderEliminarsuper identificada !!!! ♥♥♥ lo ame hasta la ultima letra!
La hostil batalla con el amor demuestra frustracion, al final todo tiene que terminar, no somos eternos bueno ciertos ideale peor es la idea de quedarte solo, y morirte del aburrimiento.
ResponderEliminarHermoso!!!!
ResponderEliminartengo tantas preguntas acerca de esta historia, pero creo que prefiero quedarme con las dudas como parte del encanto...
ResponderEliminaryama la atencion las primeras lineas y las que sigen tanvien aveces es un agasago sabroso.
ResponderEliminarExcelente reflexión!!! justo ahora que retomo a Nervo, aunque Nervo es mucho más optimista con los amores pasionales, voraces e inesperados que, pese a sufrir su fugacidad, se goza de su sensualidad explosiva :-)
ResponderEliminar" moscas que quedaban atrapadas en las redes de estás ilusiones."
ResponderEliminarPersonalmente creo que Verónica Pinciotti escribe bien, muy bien. Me gusta su estilo, su lenguaje y su manera de relatar la realidad cotidiana llena de sentimientos, emociones e intereses. En una sociedad sin ética ni estética, el realismo literario de Verónica Pinciotti, es un aliento de vida en un mundo de muertos vivientes...
ResponderEliminardeliciosamente bello y cierto.
ResponderEliminarBueno
ResponderEliminarMe importaba poco su vida fuera del tiempo que me dedicaba. No le celaba y además, no estaba dispuesta a luchar por él, a arrancarlo de las garras de esa arpía que supuestamente era su esposa. Ya que se daba por sentado que si engañaba a su mujer, es porque ésta sería una arpía o algo. Tuve que terminar con la misma rapidez con que empecé este juego sucio.
ResponderEliminarESTUPENDO Y DIVERTIDO. TODA UNA FEMME FATALE. ME ENCANTÓ DE VERAS. FELICIDADES. RESUMES MUY BIEN. NO HAY PALABRAS DE MÁS! MEJOR QUE LOLITA!
ResponderEliminarYo opino que el amor es abrazar al mundo, saber que hay bajas y altas el amor deve ser un sentimiento salvador que no se convulciona al menor desvario o desilucion, deviera ser constante y sobrio siempre lleno de goso y no pasajero.
ResponderEliminarSIMPLEMENTE ME ENCANTO!
ResponderEliminarME FASCINO! GRACIAS!
ResponderEliminarMuy bueno. :)
ResponderEliminarSi existe el amor a primera vista, pero gracias a dios el amor no es perfecto.
ResponderEliminarHe dicho que a los diecinueve años aún creía en el amor a primera vista pero no es verdad. Nunca he creído en el amor a primera vista. En ninguna clase de amor. Sin embargo, aprendí a temprana edad a construirme el mundo. El amor no existe pero la idea del amor es bella y yo sabía cómo crear en mi vida la imagen de lo que quería. Desgraciadamente, había moscas que quedaban atrapadas en las redes de estás ilusiones.
ResponderEliminarCierto amiga... es ilusión. amor verdadero es el de la sangre... hijos especialmente.
ResponderEliminarNo me impactó, pero es bueno. Odio cuando la gente te dice que es bueno...tienes que buscar un relato que impacté...que haga la diferencia. yo como escritor busco eso y no lo he logrado. Roberto
ResponderEliminarDecir que el amor no existe es decir que no existe el acto supremo de la creación y la procreación lo que me indigna es que tenemos esa ventaja o desventaja de la libertad, del libre albedrío...
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