No acostumbro andar en grupo,
pero uno fue llamando a otro y acabamos siendo más de diecisiete. Entre ellos
estaba Sara. Todos estábamos metidos en casa de Sara. Sara me llamó al móvil y
dijo que aquella noche no podríamos salir juntos; daba una reunión. Dijo que el
único modo de vernos sería que yo fuese a esa maldita reunión. Lo dijo con
cuidado, se sabía la aberración que tengo a las reuniones. Soy un tío
solitario. Pero principalmente soy un tío al que le toca las bolas el
bullicioso cuchicheo que la gente llama conversación.
La cosa era en sábado y yo tenía dos opciones:
pasar el sábado acariciando botellas, o soportar el gentío de los amigos de
Sara y al final, como premio, acariciarla a ella. Tardé mucho tiempo en
decidirlo. Al final lo hice: llamé a Sara y le anuncié que estaba de salida a
su casa. Para consolarme exclamó que serían tan solo un par de amigos o dos, y
que el telón caería temprano. Incluso pensaba que yéndose todos ella y yo
podríamos hacerlo. Claro, exclamé, claro. Aquello no se ponía en tela de
juicio; no iba a desplazarme desde Tlalpan Centro hasta La nuevo México para…
para nada, Dios. Me puse la chaqueta, cogí los cigarrillos y me salí.
2
Todo lucía bastante bien para ser
verdad. Estaba Sara y una un pareja de amigos suyos lo bastante aburridos como
para pasar de la media noche bebiendo y hablando de política. Daba la impresión
que se irían en cualquier momento. Sara los escuchaba entre bostezos y ellos lo
sabían: la cosa no podía extenderse más. Habían agotado la conversación en
menos de tres horas porque a decir verdad, no tenían conversación. Repetir las
cosas que transmiten en televisión, esa era toda su conversación. Algunas veces
estaban a favor o en contra, y eso era todo. Apuesto que la misma Sara se arrepintió
de haber invitado a estos. Por mi parte bebía sin pensaren ellos. Si se
dirigían a mí asentía con la cabeza aunque no hubiese escuchado lo que decían.
Obtuve algunas exclamaciones por esto; en algún momento asentí que yo estaba a
favor de la Derecha, y todos brincaron. Mi declaración fue lo más estimulante
de la velada. Luego, cuando Sara me aclaró lo que sus amigos quisieron decir,
me retracté y todo regresó a su lánguido cause original. Bebía y rogaba a Dios que
esto acabara.
Fue
cuando el chico, Roberto, se levantó de la mesa con intención de irse, que sonó
el móvil de Sara. Era Fernando, todos lo escuchamos, Sara exclamó: ¡Fernando!,
¿qué pedo?, ¿cómo has estado? Entonces Roberto sonrió y le dijo a su pareja,
que era una chica bastante vulgar: es Fernando, un tipo increíble que siempre
tiene la mejor música y la mejor… Aquí se cayó pero todos lo entendimos, este
hijo de las mil putas se creía que yo era pendejo. Ya me sabía la clase de
drogatas que frecuentaba Sara y no me sorprendía. Yo mismo le había cambiado
los calzones cuando se orinó sin darse cuenta por meterse tanta droga.
En silencio, escuchamos la conversación entre
Sara y el tal Fernando. La escuchamos
decir que estaba en casa, con Roberto y su novia Adela, bebiendo. No me
mencionó. No dijo: además está mi novio. La escuchamos decir, sí, sí, y aquí te
espero… Tan cerca que estaba de la tranquilidad de acostarme con Sara y ahora
esto, pensé.
Cuando Sara nos lo anunció, Roberto y su novia
dieron un brinco y se pusieron de ambiente. La venida de Fernando significaba
drogas. Y todos en ese grupo de Sara amaban las drogas.
3
Fernando no llegó solo, venía con
un grupo de tres o cuatro, y llegaron tan prendidos que puede decirse que aquí
la reunión se tornó fiesta. Sara los hizo pasar e inmediatamente pusieron
música y se pusieron a bailar. Además de drogatas eran marica. Bailaban esa
música electrónica de bar gay. Yo estaba que me cagaba del coraje. Todo lo que
deseaba era follarme a mi novia en la calma de la intimidad. Y sobre todo, que
no se drogara porque aquello le hacía ponerse de un humor… Muchas fueron las
veces que no pudimos hacerlo porque tuve que cuidarla. Bajo el efecto de
aquellas drogas era capaz de salir en bata a la calle y gritar All you need is love. Alguien debía ir
tras ella, joder, al menos para evitar que la violaran.
Sara no se tomó la molestia de presentarme. Supongo
que ella lo sabía y prefería evitar el choque. Esa gente y yo éramos un choque.
Incluso llegué a pensar que Sara y yo también. ¿Cómo es que salgo con esta
mujer?, me pregunté. No podía creer que aquel viaje a Cuernavaca
hubiese dejádome esto. Una jebita tremenda en todos los sentidos. Sara era guapa
y era una bomba. Ambos teníamos menos de veinte años, pero ya se veía que
íbamos por caminos muy diferentes.
Una cosa lleva a la otra, y una llamada lleva
a la otra. Uno a uno los amigos de Fernando, y Fernando mismo, aprovechando la
situación fueron llamado a más y más personas. Era como un llamado de la selva:
amigos, hemos encontrado un oasis en el desierto, vengan todos, joder. Hay
música, hay drogas, hay sexo. Y vaya que hubo sexo, pero lo que es yo…
La casa se pobló de gente de todas las edades.
Incluso llegó uno que tendría pasados los cincuenta. Era calvo y era torpe de
motricidad. A pesar de ello, miraba el culo de las mujeres como el más joven de
los imberbes.
También llegaron los homosexuales, que siempre
eran mayoría en las fiestas de esta clase de gente. Yo fumaba cigarrillos en el
patio de la casa, alejado del bullicio, y preguntándome qué pecado cometí para
merecer esto. Había hombres besándose en el sofá de la sala, y maricas llamando
a otros maricas por celulares. Podías escucharlos hablar en esos tonos gangosos
y melosos que hacen cuando hablan con uno de los suyos, y decirse que estaban
calientes y fugases. Podías oírlos hablar e invitar a más y más gente. Podías
verlos, Dios, arrastrase unos a otros hasta el cuarto de baño y entrar en
parejas y en tríos y… podías verlos drogarse y bailar y gritar que eran las
reinas de este carnaval…
A la que no podías ver es a Sara.
En medio de tanto ruido y de tanta gente
la perdí de vista. Primero no me importó demasiado, aún tenía mi tabaco y mi
alcohol y podía soportarlo. Era cosa de beber y de fumar al tiempo que pensaba
en otra cosa. En que todo esto debía terminar algún día. Que toda esta gente no
podía permanecer aquí el resto de sus vidas. Y que incluso así, siendo
homosexuales y drogatas, el resto de sus vidas no podía ser mucho tiempo.
Incluso me sorprendería poco que uno de ellos muriese aquí, justo ahora. De un
paro cardiaco, de una hemorragia interna, de tropezarse en las escaleras.
No hablé con alguien y nadie
intentó hablarme si quiera. Yo debía ser para ellos el molesto novio de Sara. Y
todos debían preguntarse como ella, siendo bonita y siendo como era podía
ennoviarse con alguien como yo. Con alguien que abiertamente prefiere pasar la
noche en un bar de mala muerte, en un bar solitario, bebiendo y leyendo, que en
una fiesta como esta. Alguien que incluso prefiere pasar la noche leyendo en
una celda que en una fiesta como esta. Con alguien, al que, escándalo para
ellos, la moda le importaba un rábano y podía salir a la calle con pantalones
caqui y zapatos de cuero negro. Yo mismo no lo sabía, el cómo, y no me interesaba
descubrir el hilo negro de nuestra relación. Sara tenía un buen culo, era menor
a mí, y estaba conmigo, es todo lo que yo necesitaba saber para sonreír en
medio de esta tormenta.
Recuerdo que la vi un par de veces. En la primera se acercó a mí, me tomó de la
mano y me besó en la boca. Yo le tomé el culo y le pedí que fuésemos a su
habitación, que nos olvidáramos de todo esto e hiciéramos el amor. Pero movió
negativamente la cabeza y exclamo que no todos los días se vive algo así. Ya,
dije, por fortuna no. Pero Sara pensaba diferente, se alejó de mí con una
sonrisa y desapareció.
No me abatí, me dije: ella vive su vida y no
puedo evitarlo. Si Sara fuese a una velada con mis amigos lo pasaría igual de
mal. Sí, me dije, lo pasaría igual de mal… Y me embuché un trago de cerveza. Es
todo lo que podía hacer en una situación así. Emborracharme y olvidar que
dentro de mí existía el deseo de follar. Si lograba olvidarme de ello quizá
comenzaría a ver las cosas de otra manera. Si quería que todo el mundo se
largase era principalmente porque deseaba follar. Que me devolvieran a mi novia
y que me dejaran hacer con ella lo que Dios manda: poblad la Tierra.
Estuve a punto de lograrlo, eso de olvidar mis
deseos. Decidí jugar al zen. Tomé una silla del comedor y la saqué. La instalé
en el centro del patio y me senté allí, a fumar. Serían las tres de la
madrugada y había una luna llena. Me hubiese gustado tomar a Sara de la mano y
mirar la luna. Decirle: no es tan bella
como tú. Me hubiese gustado recitar un poema. Pero definitivamente Sara no era
ese tipo de mujer. Sara estaba dentro de la casa, bailando y haciendo quién
sabe qué. Y yo estaba allí, en medio de la oscuridad del patio, sentado en una
silla, fumando un cigarrillo y tratando de arrancarme los instintos.
4
La segunda vez que la miré fue la última de
aquella noche. Si me lo hubiesen advertido, Dios… No pudiendo mantenerme más en
aquella silla, decidí darme por vencido. Sara no sería mía hasta el amanecer o
el atardecer del siguiente día, y no había modo en el infierno de sacarla de
aquello y llevarla a la cama. Al menos no para mí. Yo era su novio pero no
estaba en el juego. Me levanté y me metí a la habitación de Sara. Una vez dentro
me confesé derrotado y ebrio. Me acosté sin quitarme la ropa e intenté dormir.
Al poco tiempo entró Sara. Sin embargo, no lo
supe hasta que la vi. Escuché el ruido de la puerta abrirse y me levanté. Ella
no se enteró que yo estaba dentro, hasta que se lo pregunté. Le pregunté:
¿Sara, eres tú? Aquí hubo un brinco de su parte. La cosa no es que fuese Sara,
la cosa es que era yo. Sara había entrado pero no lo había hecho sola. Cuando
la enteré de mi presencia, casi se muere. Sara estaba engañándome de dos
maneras. Había entrado a la habitación cogida de la mano de otra persona, y esa
persona era mujer. Yo lo había mirado a pesar de todo, de la oscuridad y de la
embriaguez. Estaban cogidas de la mano y no iban a mentirme. Habían entrado
allí para acostarse juntas.
Sin embargo, dijeron que no. Sara, una vez
pasado el susto, me presentó a su amiga y se excusó diciendo que la había
traído aquí porque sentíase mal y requería dormir un poco. Vale, dije, si
quieres salgo de la habitación... No es necesario, dijo la amiga. Yo me acostaré
acá. La habitación de Sara estaba amueblada con un par de camas y en una estaba
yo. En la otra, se acostó la amiga de Sara siguiendo con el juego del dolor de
cabeza. Lo hizo como un robot. Supongo que le apenaba que yo supiese que ella…
Sara quedó de pie, en medio del cuarto. Vale, dije, esta casa es tuya y ya me
voy. Acto seguido, salí de la cama y caminé a la entrada de la habitación.
Pensé que lo haría, pensé que Sara me detendría
y me ofrecería disculpas. Pensé que no iba a dejarme ir antes de la salida del
sol y estando tan lejos de casa. Pensé que al final se acostaría conmigo. Pero
no lo hizo. Se quitó de en medio para que yo pasara. Sin voltear a mirarla, le
dije: adiós. Sara no contestó.
5
Bueno, otra vez estaba en esa
maldita fiesta. Mientras tanto, mi novia se acostaba con una mujer. Supongo que
eso es para pegarse un tiro, pero… vamos… Sara nunca fue mía. Sara tenía dieciséis
años y estaba jugando al juego de la vida. Experimentando en carne propia lo
que significa vivir. Yo no podía detenerla, decirle esto es bueno y esto malo,
ni hacerla cambiar de parecer. Yo mismo no sabía a ciencia cierta qué sentía
por ella. Podían quitármela y no lloraba, ¿es eso amor?, ¿es eso deseo sexual? Podían quitármela y no
luchaba, ¿es eso valor?, ¿es eso cobardía? Podían quitármela y al instante
siguiente ya comenzaba la búsqueda, ¿es eso cinismo?, ¿es eso capacidad de
adaptación?
Entré a la sala de la casa, que era el ojo del
huracán, y me senté en un sofá. Allí, encendí un cigarrillo, y todos me miraban
como mirarían al padre de Sara. Con la pierna cruzada, dejándoles ver mis
zapatos feos, me planté allí, sabiendo que todos sabían que mi Sara estaba con
otra mujer, y que a mí no me importaba. ¿Es esto libertinaje?, ¿es esto coraza
del corazón?
Después de impresionarse por mi llegada, la
fiesta siguió su ritmo porque el mundo gira, con o sin nosotros.
Excelente!!
ResponderEliminarMuchas gracias!
gracias muy lindo
ResponderEliminarefectivamente, eso no es vivir: hay que sentir algo
ResponderEliminarExcelente!!! ♥
ResponderEliminarTan veraz como la vida misma....gracias por compartir ese texto de Martin Petrozza
ResponderEliminarno es vivir, .... es beber... jajaja
ResponderEliminarMuy bueno, lo lei completo, entretenido.
ResponderEliminarpues sí..."el mundo gira con o sin nosotros".
ResponderEliminarórale que intenso…..
ResponderEliminarBuen relato...
ResponderEliminarFluye con mucha naturalidad. Su franco discurso hermana al lector con el protagonista. Enhorabuena. Las palabras finales redondean muy bien el relato. !Que giren la vida y la ficción!
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