Hay dos maneras de soportar la
vida. Una es beber. La otra, ser idiota. Respecto a beber no cabe la menor
duda, se bebe, y es todo. Ser idiota es más complejo, hay tantas formas de
lograrlo que impresiona. Por mi parte, bebo. Lo que no me exime de la segunda.
Quizá, beber sea parte de ello.
2
Caminamos mucho para llegar.
Teníamos los pies cansados, y el alma. Salimos del bar a eso de las tres de la
tarde, y llegamos a las cinco. Entramos como el que más, aunque nos sabíamos
jodidos.
Teníamos una hora antes de que la cerveza
dejara de costar diez pesos. Después de las seis costaría cuarentaicinco. Antes
bebimos en un bar donde nos costó veinte, y salimos de allí con la esperanza de
llegar a un sitio más barato. Era un centro nudista que conocía mi amigo, en
Eje Central. La entrada era la boca de un tigre blanco.
No quedaba mucho dinero. Eso fue el motivo
principal para mudarnos de bar. Sin embargo, teníamos una hora después de la
cual lo más sensato sería regresar. Lo más sensato, para ser francos, sería no
haber ido al primer sitio. Llegar temprano a éste y aprovechar la oferta antes
de las seis. O quizá, lo más sensato hubiese sido nunca llegar aquí.
Bueno, ya estábamos allí. Había
que bebernos el resto del dinero antes de las seis, y eso es lo que estábamos dispuestos
a hacer. Es lo que hicimos. Llegado el cuarto para las seis, no teníamos un
quinto. Curiosamente, a las seis en punto, fue llamada la primera chica a subir
y nos quedamos.
Era una chica buena, tenía todo en su lugar y
bailaba desnuda ante nosotros. Es más de lo que puedes esperar de la mayoría.
Tenía ganas de quedarme, de beber y de mirar. Creo que fue por eso que no se lo
dije a Alberto: estaba en ceros. Ni un centavo más. Bebía la última cerveza
despacio, deseando que me durase al menos la mitad del espectáculo. Pero
quedaba muy poco. Quizá el último trago. Dos a lo mucho. Y para que se quitase
toda la ropa faltaba un par de canciones más.
Alberto estaba muy callado. Miraba y bebía
despacio. Debí sospecharlo pero no lo sospeché. Sobre todo porque terminó con
la cerveza y alzó la mano. Un mesero vino y ordenó un par de birras más. Esto
me alegró el corazón. Había trago y había mujeres, y eso es todo lo que yo
esperaba de la vida. Si hay trago y hay mujeres, la humanidad aún tiene
esperanza. Una ciudad sin trago y sin mujeres es una ciudad devastada. Quizá
por un huracán. Cuando el hombre tiene algo más importante que hacer o en que
pensar que mujeres desnudas y alcohol, es porque algo grave está pasando. Así
deduje que nuestra situación, era liviana. Teníamos vida y la estábamos
gastando. Antes de irse el mesero avisó a mi amigo que las cervezas ya no
entrarían en la promoción. Eran las seis con dos minutos y ahora costarían más
del triple. Alberto asintió con la cabeza, despreocupado.
En menos de treinta segundos llegó a nosotros
un par de cervezas bien frías. La puta seguía bailando y nos miraba. En
realidad, éramos los únicos dentro. Eran las seis de la tarde y atravesábamos
un día que tuvo la desgracia de ser nombrado martes y estar, como otros cinco
días más, destinado a la esclavitud de los esclavos.
Eso fue precisamente lo que hablamos. Le
expuse a Alberto que ser empleado es la forma más mediocre de vida que hay.
Gastar la vida al servicio de otro, para al final encontrarte viejo, sin sueños
ni esperanzas… Más vale ser pobre y tener libertad. Más vale pasar la vida en
la lucha de un sueño fracasado, que en el éxito efímero de ser el perro de
alguien más. De alguno que sí tuvo sueños. Y también, cité a Benjamín Franklin:
“Quienes son capaces de renunciar a la
libertad esencial a cambio de una pequeña seguridad transitoria, no son
merecedores de la libertad ni de la seguridad”. Así, le dije, los
empleados, pobres ellos, entregan su vida y su juventud, sacrifican su libertad
esencial a cambio de una mediocre seguridad. Y como dice Franklin, no son
merecedores de libertad, y no la tienen. Quitan a la aventura de la vida, toda
la aventura. Hacen de su existencia un lastimero punto medio. Es más digno un
borracho que ha decidido serlo, que un empleado que lo es, sólo porque le han
dicho que así debe ser. Sólo por miedo. Porque no sabiendo hacer otra cosa que lamer,
lame las botas de los dueños de las empresas para las que se emplean. No
importa cuántos años trabaje un empleado, no importa si es Director de una
empresa, yo nunca he mirado a alguno que jubilado sea millonario. Y si al final
no lo será, ¿vale la pena haber entregado la vida? ¿Cuánto vale tu vida?, ¿una
casa y coche?, ¿una residencia y servidumbre? Mi vida no la puede comprar
ningún empleador, le dije. Cualquier sueldo es poco para entregar mi alma y mi
cerebro.
Alberto no dijo nada, él deseaba trabajar para
Bancomer. Eso era el sueño de su vida. Al final de mi discurso ambos teníamos
media cerveza. El resto lo bebimos despacio. Mirando a la puta que ya se había
quitado los calzones.
Terminé con mi cerveza y regresó la angustia. Conocía
mi situación, pero no la de mi compañero. Sin embargo, volvió a ocurrir. Alberto
terminó con su bebida y alzó la mano. El mesero se acercó y Alberto ordenó un
nuevo par de birras.
La chica acabó y se despidió de nosotros agitando
la mano desde el tubo. Alberto y yo hablamos. Dijo que ser empleado es bueno
porque pagan por ello y además te dan seguro. Dijo que al menos es mejor que
escribir sin cobrar. Le reclamé no haberme oído nada. Venderte a ese sueldo y a
ese seguro es la mediocridad. Siendo hombre y estando vivo, con todos los
matices de aventuras que ser hombre y estar vivo significa, con el abanico de
posibilidades ante tus narices, pudiendo ser tantísimas cosas… desperdiciar tu
vida haciendo crecer un sueño ajeno me parece deplorable. Aplastar las nalgas.
Eso es lo que yo definiría como aplastar las malditas nalgas, en todos los
sentidos: frente a un ordenador, y metafóricamente hablando. Es como ser pájaro
y no volar. Al final seremos viejos y entenderemos que dimos la vida por nada.
Por un vale de despensa y un seguro. Por cincuenta mil pavos mensuales; incluso
cien mil pavos mensuales es poco. La libertad no tiene precio. Ser tú mismo no
tiene precio.
Cuando las bebidas llegaron, dimos un trago.
Alberto se pensaba que ser empleado de Bancomer es lo mejor que puede pasarte
en la vida. Para mí, un empleado es un lisiado mental. Un hombre que no sabe
qué hacer de sus días en la Tierra y los pone al servicio de otro. Un hombre
sin sueños, o con sueños pobrísimos. Un hombre sin imaginación. Yo no tengo
tiempo de ser empleado, dije, apenas tengo ochenta años de vida y no pienso
gastarlos de ese modo. Tengo más respeto por un mono, que es libre, que por un
Director de Recursos Humanos, o lo que sea.
Alberto se pegó un trago de bebida y ya no
siguió. Sabía que yo era así, necio. Yo tampoco seguí, sabía que Alberto era
así: normal, como todos: empleado.
3
Salió otra chica, pongamos que
Thalía. La llamaron por el altoparlante y finalmente salió. Esta vez sí era una
chica que valía la pena ver. Tenía buenas carnes y buena actitud. No como las
anteriores que daban la impresión de hacer lo que hacían con tedio. Se movía
bastante bien. Incluso se ganó el aplauso de algunos. Faltarían pocos minutos
para las ocho cuando ella salió y al antro habrían entrado dos o tres clientes
más.
Definitivamente no era el momento de irse. Si
ya habíamos aguantado más de la cuenta, no nos iríamos ahora que Thalía movía
las peras. Alcé la mano y llamé al mesero. Yo no tenía dinero pero Alberto
había pedido las últimas cervezas, con tanta seguridad, que supuse que él lo
tendría. El mesero vino y ordene una ronda más. Alberto sonrió. Esto me hizo
confiar.
Paramos la conversación, nuestras opiniones al
respecto del mundo eran poca cosa frente a una mujer desnuda, que además nos
mandaba besos con la mano y nos guiñaba el ojo. ¿Es que alguno en un centro
nudista es tan imbécil de caer en ese engaño? ¿Es que alguno es capaz de
evitarlo? Esta mujer sabía ganarse el pan de cada día. No se había quitado el
sostén cuando ya nos tenía a todos comiendo de su mano.
Para la tercera canción de Thalía ya no
teníamos cerveza. Esta situación, la de contar el trago, me tenía harto. No
podía beber en santa paz. Sin pensar que ésta bien podría ser la última
bocanada. Habíamos ordenado seis cervezas más después de las seis de la tarde,
y después que yo me declarara mentalmente en quiebra. No me pregunten por qué,
pero las cervezas de promoción tuvieron que ser pagadas al instante de
ordenarlas, y éstas, las más caras, no. Esta vez nos abrieron cuenta, lo que en
realidad nos hacía perder la cuenta. Daba la ilusión de no haber bebido
demasiado. ¿Quién puede acordarse de cuánto se ha bebido y cuánto dinero tendrá
que pagar después de la decima cerveza? Y con Thalía encima de la mesa, Dios.
4
La cuarta ronda fue mortal. Las
putas comenzaron a salir. Estaban por todo el bar y se sentaban contigo. Con
nosotros se sentó Thalía y una chica más. Llegaron de la nada. Era un sitio
oscuro y no podías ver si alguien se acercaba, hasta que lo tenías enfrente.
Bueno, pues Thalía, y su amiga, a la que nos
presentó como Paulette (digamos), llegaron a nosotros. Se sentaron con
nosotros, y nos contaron el rollo típico de estas situaciones. Reían y guiñaban
el ojo al cabo de cada frase. Una cosa cursísima. Es increíble cómo sabiéndolo,
no puedes resistirte. Thalía fue la primera en hacerlo. Alzó la mano y viniendo
el mesero ordenó una ronda para todos. El mesero nos miró, primero a mí y luego
a Alberto, y Alberto asintió, dando el beneplácito a tremendo atropello. La
cerveza de las putas costaba setenta pesos.
No quiero eximirme de la culpa de
no haber puesto freno a esto, pero Alberto transmitía la seguridad de tener
dinero. Y bueno, siendo así, yo no iba a decir que no. No iba a sacar nuestros
culos de un sitio con trago y sexo.
Thalía y Paulette comenzaron a acariciarnos y
a proponernos algo más privado. Yo estuve a punto de decir que sí, pero recordé
mi situación. Entonces me levanté al sanitario. Tuve que quitármela de encima,
a la puta, y cuando finalmente me dejó ir, fui. Era una mujer necia, no quería
que yo me fuera. Supongo que era mejor tener dos billeteras que una, y a pesar
que prometí regresar (no podía ser de orto modo), insistía en que me quedara. Me
jalaba de la mano al tiempo que me acariciaba. Quizá no deseaba que yendo al
sanitario se me bajara la borrachera y fuera consiente de mis actos. No lo sé,
pero eso es lo que pasó.
Una vez orinado, me di cuenta que estábamos
metidos en un lío. Yo no tenía dinero, eso me quedaba claro, pero Alberto…
Recuerdo haberlo escuchado decir que él tampoco, me dije, sin embargo está
pidiendo cervezas como un loco. Quizá me jugó una broma con eso andar sin
blanca. Quizá no quiso que yo le pidiera prestado, pero una vez estando aquí se
compadeció. Quizá lo que no sé es que él me está contando todo y me hará
pagárselo después.
Iba de regreso, pero en la entrada del
sanitario me encontré con Alberto. Me hizo pasar. Orinó y al terminar me dijo:
hay que ver cuánto dinero nos queda para decidir si le seguimos. Joder, dije,
no es en serio, ¿verdad? ¿El qué?, preguntó Alberto. Vamos, dije, sabes que yo
no tengo dinero.
Fue la primera vez que miré a Alberto dudar.
Él tampoco podía creérselo. Si es así, dijo, ¿por qué me has dejado pedir y
pedir? Ya, dije, pues porque el que pide paga. ¿Es que estabas pidiendo a mi
nombre? A nombre de ambos, respondió. Teníamos un trato, pagar la cuenta
entrambos, ¿qué no? Bueno dije, así fue hasta que me declaré en ceros. Nunca lo
hiciste, se defendió. Yo he pedido todo eso porque pensé que tú tenías dinero. No,
exclamé, yo he pedido todo eso porque pensé que TÚ tenías dinero.
Regresamos a la mesa, pero esta vez
compungidos. Había otra mujer en el escenario. La cosa se estaba prendiendo.
Había mucha más gente y estaba anocheciendo. Thalía y Paulette habían
desaparecido.
Aún teníamos delante de nosotros los envases
de las últimas cervezas. Yo tomé el mío y me lo pegué a la boca. No había nada
dentro. Sin embargo, fingí beber. No deseaba que alguno notase mi desasosiego. Alberto
hizo lo mismo y estuvimos así un rato, quizá quince minutos, hasta que se
acercó un mesero y cogiéndolos, se los llevó. Antes de irse preguntó si
deseábamos ordenar algo más. Ambos, mi amigo y yo dijimos que no al mismo
tiempo. El mesero debió sospecharlo, porque luego de aquello estuvo
insistiendo, hasta que finalmente nos mandó, sin que lo pidiéramos, la cuenta de
lo ordenado.
5
El primero en mirar fue Alberto. No hizo
ningún gesto ni expresión alguna que pudiera dejar ver en él la duda. Me la
estiró y la miré. Se nos cobraba el monto de las cervezas y un adicional de
cien pesos por concepto de variedad.
Además, el quince por ciento de propina. Algo así como quinientos cincuenta pesos.
Por tres cervezas que tomamos cada quien, Dios.
El mesero se acercó a cobrar la cuenta. Pedimos tiempo, primero poniendo por excusa que nosotros no queríamos salir. Se nos exigía pagar cuando no lo deseábamos. Es que nos corren, o qué, preguntó Alberto. El mesero se defendió diciendo que eran las diez y que el bar debía hacer corte. Que pagáramos esto y después, si lo deseábamos, podíamos seguir bebiendo. Tragué saliva y dije: vale, vale, eso me parece bien, pero… no entiendo, ¿por qué es que nos cobran todo esto? Particularmente el costo por la variedad no me dejaba satisfecho. El mesero y yo discutimos unos buenos minutos. Al final, resolvimos llamar al Capitán.
El Capitán desglosó la cuenta ante nuestros
ojos: seis cervezas de 45, dos de 70, 100 de variedad. A todo ello se agrega el
15% y nos da 587 pesos. Ya, dije, pero no me parece justo pagar por variedad
cuando esto es un centro nudista, y se sabe que aquí la cerveza cuesta el
triple de lo normal precisamente porque hay variedad. Es decir, la variedad ya
está pagada, ¿o le parece justo pagar 45 pesos por 335 mililitros de alcohol? El
capitán era un tío duro, le daba igual. Es lo que se cobra, dijo. Lo sé, dije,
pero… ¿le parece justo? El hombre alzó los hombros y repitió: son quinientos
con ochentaisiete.
Alberto sacó la billetera y suspiré. Pero el
suspiro se me fue porque de la billetera no salió un solo billete. Estábamos
jodidos y tuvimos que aceptarlo. Vale, dije, no tenemos dinero. El capitán hizo
un escándalo. No sé cómo pasó, exclamé, perdimos la cuenta de lo bebido. El
capitán no se lo creyó. Se pensaba que lo hicimos premeditadamente. La verdad
es que yo tampoco me lo creía. No lo hicimos premeditadamente, pero lo hicimos.
Bebimos su cerveza y miramos sus
mujeres. Ahora debíamos quinientos ochentaisiete pesos y teníamos que pagarlos.
Lo primero que hizo fue avisar a todos que no
teníamos dinero. Los meseros y todo el personal, incluido los guardas de
seguridad, se enteraron. Estábamos fichados. Éramos parias. Éramos cristos en un
bar de judíos.
6
El capitán hizo todas las muecas de su
repertorio de muecas, y al final, cuándo entendió que no íbamos a pagar, que
verdaderamente no podríamos pagar; y esto luego de revisar que tuviésemos algo
de valor que dejar en prenda (pero no teníamos más que la ropa barata que llevábamos
puesta), nos encaminó a una puerta. Dijo que esta vez nos dejaría ir, pero si
volvía a vernos se la íbamos a pagar.
La puerta a la que nos encaminó, no era la
puerta de salida. Al menos, no la salida tradicional. Tras ella (nos obligó a
salir por allí) dimos a un pasillo oscuro y lleno de guardas.
Los guardas nos miraron y nosotros a ellos.
Ellos lo supieron y nosotros lo entendimos.
7
Corrimos, corrimos como almas que llevan al
Diablo, y cuando estuvimos fuera, seguimos corriendo. Nunca antes habíamos
corrido tanto. Corrimos incluso estando en el Metro. Corrimos y sentimos tanto
odio el uno por el otro, y al mismo tiempo, tanta paz y tanto amor. Lo habíamos logrado.
..beber es una de las cosas que hace soportable este mundo de mierda. Aunque probablemente como dice el texto sea parte de la segunda tambn. Pero prefiero hacerlo, por que así me conozco un poco más.
ResponderEliminarlo válido en mi caso fue dedicarme a apoyar a mis hijos, de demostrar que aún en los casos mas difíciles emocionalmente se tiene el carácter para salir adelante sin el alcohol
ResponderEliminarMartin, me ha gustado ese comienzo....
ResponderEliminara veces es muy bueno y sano pasar por idiota.....
ResponderEliminarEs muy fácil vivir haciendo el tonto. De haberlo sabido antes, me hubiera declarado idiota desde mi juventud y puede que a estas alturas hasta fuera más inteligente. Pero quise tener ingenio demasiado pronto, y héme aquí hecho un imbécil".- Fiodor Dostoievski.
ResponderEliminarEl primer párrafo es enorme!! el texto es bueno en narración y te mantiene atrapado, me encata leerte pero ese parrafo es maravilloso es sabio y cierto y me ha hecho pensar taanrto!!
ResponderEliminarbeber mientras miras como caen sus braguitas...
ResponderEliminarQuizá eso somos... la mezcla perfecta de cuanta sustancia, tangible y alucinante o intangible y profunda en el espíritu, subyacen en nuestro existir...
ResponderEliminarUna conjetura fuera de serie...pero no tan alejada de la realidad
ResponderEliminarUna prosa inteligente, suscinta, atrevida, casi cínica y muy buena¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
ResponderEliminarBebí durante años.Resultado: He vivido menos tiempo que los demás,porque algunos años desaparecieron de mi memoria. Te aseguro que se puede soportar la vida sin beber y sin ser idiota. Pero el bebedor siempre acomoda su pensamiento a sus asuntos. ¿Donde tomaré la próxima copa,cuando termine esta que me acaban de servir?
ResponderEliminarBuen relato, narración fluida y envolvente, ademas pienso igualsobre los empleado, saludos a todos
ResponderEliminarTus textos son la hostia, tio, no hagáis caso y no dejes de escribir atte el mago de la montaña
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