Si bien es cierto que un hombre
no puede amar a dos mujeres a la vez, también es cierto que puede estar
enamorado, a la vez, de dos mujeres. Porque enamorarse y amar no es la misma
cosa. Uno puede mantenerse mucho tiempo enamorado de una mujer, y al final,
descubrir que no la ama, no la amó ni la amará. El adverbio enamorado no
modifica al verbo amar.
En aquel entonces yo estaba enamorado de dos
mujeres al mismo tiempo, y aunque al final supe que no las amé realmente,
sentía por ellas que podía dar la vida en nombre de su amor. Me parecían,
indiscutiblemente, las mujeres de mi vida. Pero jamás pensaba esto de ambas a
la vez, sino por turnos. Pensaba, intermitentemente, que esta mujer había sido
puesta en la Tierra solo para mí, y que mi destino sería estar con ella. Que no
podía ser de otro modo. Y este sentimiento, el de amar a dos mujeres a la vez,
me carcomía por dentro. Me avergonzaba al tiempo que me enorgullecía… si es
posible que el orgullo quepa en esta historia.
Estaba verónica, de la que me enamoré primero
y a la que confesé abiertamente mis sentimientos. Y Estela, con la que nunca me
sinceré, pero mi enamoramiento se daba por sentado. Estela era bellísima (no
por ello menos Verónica), y era un hecho que todo aquel que la mirase, se
enamorara de inmediato. No había que hondar demasiado en el asunto. Verónica
fue clara y directa, y dijo que no. Estela… bueno, yo también lo daba por
sentado: ¿qué iba hacer una mujer que podría tener al hombre que quiera, a mi
lado?
Lo curioso, y lo que realmente quiero contar,
es que si ninguna de las dos se inclinaba a ennoviarse conmigo, con ambas hubo besos y coqueteos. Con la primera, una vez llegada la
segunda; con la segunda, hasta enterada de la primera. Más o menos como siempre
que ocurren cosas así. Tal parece que las mujeres deben esperar a verte liado en otras redes, para mordisquear la
mosca. ¡Esa mosca es mía!, parecen
exclamar. Son inmunes al refrán: agua que
no has de beber, dejadla correr.
Cuando se lo dije a Estela
estaba en el trabajo, en la tienda, y ella
estaba conmigo. Yo atendía a una señora que quería llevar dos cuartos de queso
manchego, y ella estaba recargada en el mostrador. Me preguntó si yo salía con
alguien. A pesar de que en muchas ocasiones ya le había dicho que no, insistió tanto
que acabé por soltarlo. Le dije que era verdad que no salía con nadie, pero ya
que deseaba saberlo, sí había alguien especial en mi vida. Estaba enamorado de
una mujer… y si no salía con ella era porque… no me hacía caso. Acto seguido,
se puso seria y me pidió que se lo contara todo. Acto seguido, se lo conté
todo. Entre quesos y cuchillos, y cambio de a cien pesos.
Le dije que se llamaba verónica, era una vieja
amiga, y era muy inteligente. No mentí, pero omití la parte en que suspiraba por
ella y me pensaba que era un ángel encarnado. Mientras yo hablaba (y cortaba el
queso) Estela jugaba con una servilleta y vislumbre en sus ojos, por un
segundo, una veta de dolor. Esto me hizo titubear. Entonces sonrió y cambió la
conversación. Dijo que hacía un día muy bonito y preguntó si yo prefería el
calor o el frío. Contesté que el frío aunque ahora pienso que prefiero el
calor. Al final la señora se fue con su queso y me deseó mucha suerte con mi
amiga, pues había escuchado todo mi monólogo. Me deseó suerte y dijo que yo era
un muchacho muy simpático.
Estela no dijo nada, hizo como si todo lo
contado no hubiese pasado nunca. Quizá, pensé, hasta se arrepintió de haber
preguntado. O quizá no, pienso ahora. Quizá le gustó haber preguntado porque
así supo que yo, es decir, ese hombre que la idolatraba y que ella consideraba
un enajenado, tenía otra mujer a quien querer. Y saberlo le dolía, pero al
mismo tiempo, la envalentonaba.
2
Mi primero beso con Estela
sucedió en la sala de su casa, casi como en una película de adolescentes. Yo no
era un adolescente, tenía veintiséis años, pero siempre he creído que a mí, las
cosas me llegan tarde.
Era un día frío, lo recuerdo porque el frío
fue lo que dio comienzo a todo. Estábamos en la tienda y era sábado, y ella no
tenía escuela. Su padre, mi patrón, y su madre, salieron a hacer las compras
que surtirían el mes venidero la tienda. Así que estábamos solos, y hacía mucho
frío. Ella fue la primera en decirlo, lo del frío, y yo no di mucha importancia
a eso; había vivido muchos días con frío y ello no modificaba mi existencia. Sin
embargo, esta vez sí lo haría. Era invierno y el frío era tan fuerte que no
venía mucha gente a la tienda. Así que estábamos allí los dos, recargados sobre
el mostrador, como tantas otras veces, hasta que Estela dijo que ya no podía
más con ese maldito clima y se metió a su casa, por la puerta que conecta la tienda
y la casa. Luego salió y dijo me pusiera esto (que era un suéter suyo que sacó
de dentro). Se lo agradecí, pero me excusé porque un tendero, un hombre, no
puede andar vestido así. Hay que tomar en serio el trabajo, dije, no puedo
atender a la gente vestido como un payaso. Un payaso travestido, además,
agregué y ella rió mucho, no de mi comentario sino de mi manía por hacer las
cosa bien. Prefería morirme de hipotermia antes que dar mala imagen a la
clientela. Eres como un músico, dijo, y esta tienda es tu barco. Tocarías si se
hundiera, hasta el final. Asentí con la cabeza. Orgulloso de que me considerara
una persona seria, y dije que sí, que así era. Entonces ella dijo que eso no
podía ser, que habría algo que me importase más que atender la tienda. Lo dijo,
y probó con hipótesis, verbigracia, si me dijeran que dentro de la casa había
una cerveza. Reí y contesté que eso no bastaría, que yo no soy Petrozza, y que
tendría que ser otra cosa la que estuviera dentro para que yo dejase mi puesto.
Lo siguiente que propuso fue que dentro estuviera Rainer Maria Rilke, mi poeta
favorito, y yo dije que por favor, eso sería imposible. Principalmente porque
Rilke está muerto.
Probó con muchas cosas. Probó con un millón de dólares, una chica desnuda, un libro edición especial de mi autor favorito, un pastel de dos pisos, un boleto a Barcelona, un viaje todo pagado por Europa. Pero siempre dije que no, que nada me haría mover un pie de mi puesto de trabajo en horas laborales. No se cansó, opinó que algo, algo debía poder hacerme cambiar de opinión. Aquí hice como que pensaba (lo había pensado desde que comenzó con este juego) y dije que sí, que habría una cosa. ¿Cuál?, preguntó ella y contesté que me gustaría mucho, al grado de dejarlo todo, mirar una película con ella. ¿Mirar una película conmigo?, preguntó extrañada. Y yo le dije que sí. Que mirar una película con ella, echados en un sofá, tapados con una cobija, y comiendo rosetas de maíz.
Se hizo una idea de esto en la mente, y
sonrió. Dijo que eso sería estupendo. Pero luego yo dije que cuándo podríamos
hacerlo con este horario mío que era el horario de un esclavo. Otra vez pensó,
y propuso que ahora mismo. Reí y dije que estaba loca, que ahora mismo yo
estaba trabajando. Sí, refutó ella, pero se supone que eso es por lo que
dejarías el trabajo, ¿no? Tuve que aceptarlo y asentí. Bueno dijo, pues en casa
tengo una película hermosa que me gustaría ver contigo. ¿Cuál?, pregunté escéptico
de que algo así pudiese ocurrir, mi sueño de ver una película con ella echados
en un sofá y bajo el cobijo de una tela.
El nombre de la película ya no lo recuerdo,
pero era una trama cursi y pegajosa. Un refrito de las historias más
empalagosas de amor. Y estuvo muy bien, porque no sé si fue eso, la trama y la
música de la película, o el conocimiento de la existencia de Verónica, pero nos
besamos apasionadamente, como si nos amásemos.
Estela me retó a cerrar la tienda (sus padres
no estaban) y meternos a la sala, a ver esa película acobijados en su cama. Y
bueno… yo no pude decir que no. Sabía que mi empleo estaba en juego, y quizá también
mis órganos sexuales, los cuales serían arrancados de su sitio si el señor Palafox llegase a descubrirnos, pero no me
importó porque Estela era un ángel hermoso, y yo quería acostarme con ella,
sentirla cerca y abrazarla.
Así que bajé la cortina, temblándome las
piernas del miedo de ser descubierto, y nos fuimos arriba, al cuarto de Estela,
y nos pusimos a mirar la película.
Ahora entiendo que todo esto no fue
improvisado, que ella buscaba desde hace tiempo el modo de seducirme, de
atraerme a su tela de araña, sin comerse a la mosca.
En alguna parte de la película, que ninguno de
los estaba mirando realmente, acercó su boca a la mía. Todo esto resultado de
previos abrazos, de roces de manos, etc. Entonces nos besamos. Primero un beso
muy rápido, y sonreímos. Luego otro beso más largo, y otro, hasta acabar besándonos
y tocándonos más de lo debido. Pero sin llegar al pecado.
3
Escenas como la anterior comenzaron a suceder
cada vez con más frecuencia. Si no con Estela, con Verónica, pero ninguna de
las dos estaba dispuesta a llegar más lejos. Quiero decir, más lejos en dar el
paso siguiente a ser amigos.
De Verónica lo entendía, ella estaba
comprometida. Se casaría próximamente y también era cierto, había sido clara,
que no sentía por mí nada más allá del cariño fraternal de una amistad cercana.
Pensar que ella podía ser novia mía, era como pensar que yo, un día, podría
llegar a la Luna. Hay una posibilidad, o posibilidades, pero pocas y siendo
honestos… Para llegar a la Luna se requieren unos buenos millones de pesos. Eso
es lo primero. Y con Verónica, también. Así que podía entender que esa araña no
se comiera a esta mosca, pero Estela…
Estela era joven, veinte años. Estudiante de
Economía en la UNAM, y no estaba comprometida, no tenía novio y no había
alguien que le atrajera. Al menos, eso es lo que a mí me contaba. Y por más que
yo intentaba atraerla, atraparla en mis garras y salir con ella… no se dejaba.
Primero, con la excusa de que nuestros encuentros eran el resultado de algo
disparatado, y no significaban algo más. Decía sentir por mí algo sincero y
especial, pero no con la fuerza suficiente para entablar una relación formal.
Porque decía, solía decir, que si empezaba algo conmigo, o con quien fuese, no
iba a ser algo ligero, sino formal. Y yo le decía que de algún modo estaba
actuando contrario a su pensar, pues ya habíamos empezado algo ligero y muy
poco formal. Y si deseaba algo formal, yo estaba dispuesto. No temía la
responsabilidad. Pero siempre que decía esto me sacaba a tema que estaba
enamorado de Verónica, y que mientras yo no me la sacara de la cabeza, y del
corazón, no podría haber entre nosotros algo.
Por momentos pensaba que ella tenía razón.
Pero no era así. Es cierto que yo amaba a otra, pero también es cierto que la
amaba ella. Y que si ella decía que sí, yo olvidaría a Verónica, lo mismo que
olvidaría a Estela, si Verónica cedía. Esto último no se lo decía, pero sí lo
demás, y refutaba diciendo que no era cierto. Que yo no podría sacarme a Verónica
porque la amaba más que a ninguna. ¿Y cómo vas a saber tú lo que yo siento y
lo que yo haría, si el que se conoce soy yo?, preguntaba, pero esta pregunta no
tenía ninguna eficacia. Sencillamente no le importaba. Me creyó que yo estaba
enamorado de Verónica, pero no me creyó cuando le dije que me enamoré de ella,
de Estela, y que estaba dispuesto (y que prácticamente ya lo había hecho) a
olvidar a la otra, por ella. Era verdad, porque como ya dije, es bien cierto que
un hombre puede estar enamorado de dos mujeres al mismo tiempo. Pero Estela era
tan dura como Verónica, y no cedía. Sin embargo, continuaba besándome, y haciendo
me la vida un infierno.
Yo sabía que debía poner un alto a
todo esto. Dejar de besarme con Estela y con Verónica y olvidarme de las dos.
Encontrar otra mujer, o al menos, olvidarme de estas dos que me estaban matando
lentamente. Incluso llegué a pensar que estaban liadas entre sí, y que todo era
un complot. Por supuesto, era inaudito. No se conocían, pero daba la impresión
que sí. Justo en el momento que peleaba con una, la otra aparecía y me
consolaba. Hasta que discutíamos, y entonces la anterior, la que antes estaba
enojada, aparecía contenta y dispuesta a olvidar y recomenzar. Y por más que
intentaba zafarme de una u otra, no podía, porque entraban y salían de mi vida
sincronizadas y sin tregua.
Petrozza, cuando no pudiendo más se lo conté,
dijo que eso era porque ambas (y todas las mujeres) eran unas perras del infierno. Yo sabía que algo había de cierto
en eso, pero no me atrevía a asegurarlo, o mejor dicho, a creerlo. No podía
creer, y era cierto, que detrás de ese par de rostros angelicales (y cuerpos
demoniacos, opinó Petrozza, quién creía que los cuerpos de mujeres hermosas no provenían
de Dios, sino del Diablo; sobre todo porque Dios es marica, solía decir) se
escondiese tanta vanidad y tanto ego. Al grado de sujetar sin ahorcar por el simple
hecho de no salir de la mente de un hombre. Era claro que ninguna acabaría
conmigo, y entonces, ¿para qué tanto circo? Para qué decirnos una y otra vez
que somos importantes, personas especiales, y para qué besarnos y pasar
momentos ensoñables, si al final… Al final y desde el principio. Al final y
desde el principio se me dijo que no. Y entonces, ¿para qué? ¿No hubiese sido
mejor abstenerse de los coqueteos? ¿Dejarme libre y en santa paz?
Por supuesto que sí, pero… así son las
mujeres, Salmo, ya supéralo, no seas maricón, dijo Petrozza.
ajaaaj, me gusto mucho, yo creo , que a muchos nos han pasado esta situación, a mi por lo menos me ocurrió cuando era joven después descubrí, que no era amor,pero lo pasé bien jajaja
ResponderEliminarExcelente, amar a dos personas?, creo que es difìcil...!!!
ResponderEliminarTanto amor que dar... Espléndido
ResponderEliminarExcelente reflexión...
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ResponderEliminarA una mujer también le puede pasar; pero enamorarse sin amar puede resultar un problema.
ResponderEliminarExcelente!
ResponderEliminarInteresante Blog literario que recomiendo
ResponderEliminarMuy buen texto, mi querido Salmoneo, y la vivencia es excepcional. Aunque te aseguro que se puede amar a muchas al mismo tiempo. Pero te comprendo, antes pensaba exactamente igual que tú... lobo©...
ResponderEliminarMuy buen relato!
ResponderEliminarAsí es. Son estados de ánimo diferentes, el amar y el estar enamorado, pero igual te joden la vida jejeje!
ResponderEliminarConcuerdo con tu profunda reflexión (? Jajajajaja!
ResponderEliminarSiempre en línea! Seguimos siguiendo
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