La primera vez que me acosté con una mujer fue por curiosidad. La
segunda por placer y la tercera… por venganza.
Nancy tenía veintidós años y yo
ya había escuchado el rumor de su homosexualidad. Aunque en aquel entonces solía
decir que no me importaba, aunque decía
que sus preferencias sexuales me eran indiferentes y que yo no la iba a
discriminar, quizá fue eso, precisamente eso, lo que me hizo desear su amistad.
Sin embargo no lo supe, o si lo supe, fue hasta que tuve a Nancy encima de mí.
Nancy era una chica del colegio que siempre
buscó mi amistad. No pude dejar de fijarme especialmente en ella porque siempre
aparecía en todos lados. En el sanitario de la escuela, en la plaza comercial,
a pocos kilómetros de mi casa. Era una mujer atractiva y se sospechaba de ella
porque aún siendo tan bella jamás se le miró con un hombre. Solía hablar de los
hombres como quien habla de demonios y no le importaba que la llamaran gay.
Incluso reía coqueta cuando alguna lo hacía. Sin embargo, que yo sepa, jamás se
declaró abiertamente lesbiana. Era una mujer con un misterio, y eso me llamaba.
Todo comenzó la vez que estaba tomando el
almuerzo en la plaza del colegio. Estaba sola en una de las bancas cuando Nancy
llegó. Preguntó si podía, algo tímido para toda esa energía que irradiaba, y le
dije que por favor, tomara asiento. Entonces me miró, pero no como una mujer
mira a otra, sino de una forma que ya no dejaba lugar a dudas. Me miró y me
preguntó si era verdad que yo escribía. Le contesté que sí y ella me dijo que
le daba por escribir poemas. También dijo que le gustaba leer todo lo que yo
publicaba (por aquel entonces en una revista escolar). Bueno… yo no sabía
exactamente qué decir. No tuve que buscar algo que decir, lo que hizo en
seguida fue decirme que le encantaría invitarme a cenar esta noche. La
invitación me cayó por sorpresa, y Nancy no dejaba de mirarme a los ojos, y
tuve que decir que sí. Digo que tuve porque así fue como me sentí:
comprometida. Sobre todo porque yo misma me había dicho que no la temía y que no la discriminaría.
Nancy pasó por mí a las ocho con treinta, no
me dejó que fuese de otro modo. Venía con un vestido negro, muy sugestivo y
lucía como si fuese a salir con su marido. Subí a su BMW y me llevó a un
restaurante en Insurgentes. Dijo que nada especial, que apenas un lugar que
frecuenta recién y que le ha gustado por su vino, que es un rioja buenísimo.
Me contó de su vida. Me dijo que tenía
veintidós años, era del signo Tauro y no creía en Dios. Estudiaba LAE e iba en
el mismo semestre que yo. Tenía un apartamento en Miguel Ángel de Quevedo y
estaba ansiosa por que yo lo conociera. Era muy directa, pero de un modo que no
te hacía pensar mal. Podía decirte que deseaba llevarte a casa sin que lo
sintieras como una ofensa o un ataque. Algún tipo de habilidad lésbica que le
servía para follarse jovencitas hetero.
2
La primera vez que me acosté con
Nancy lo hice por curiosidad. Nancy y yo comenzamos a salir con mayor
frecuencia. Con tanta frecuencia que los rumores se hicieron ver. Sin embargo,
lejos de criticarnos comenzaron por envidiarnos. Aquel año comenzó a ponerse de
moda tener un ligue lésbico. Si antes ser puta era ser libre, ahora ser libre
implicaba ser puta y serlo con otra mujer era ser aún más libre.
De aquel día en adelante comenzaron nuestros
quince minutos de fama. Los hombres nos miraban tomadas de la mano y babeaban.
Las mujeres nos miraban sin saber cómo. Por un lado nos odiaban por ser el centro
de la atención de sus parejas y de todos los chicos del colegio, y por otro,
las más aventadas, nos envidiaban por no ser ellas las primeras en aceptar sus
ligues lésbicos. Y también había las que se morían por ser como nostras, libres, pero que sencillamente no
podían.
Nancy y yo éramos las reinas de un reinado
rosa y metafórico. Con metafórico quiero decir, imposible. Ambas sabíamos que
esto no iba a durar siempre. Al menos yo lo sabía. Yo estaba consciente de que aún
acostándome con ella no era, ni sería, lesbiana. Pero si antes dije que ambas
éramos consientes, es un error. Todo este rollo lésbico era para mí una fiesta.
Un evento social al que se acude y en el que se brilla, pero no en el que se
vive. Nancy no era mi vida, ni siquiera sentía por ella el amor que una siente
por un hombre. Nancy me excitaba, me hacía sentir segura y entendida, tierna…
pero jamás amada.
La primera vez que Nancy y yo hicimos el amor
me sentí excitada sobre todo por la conciencia de estar haciendo una cosa
prohibida sin que se abriese la tierra para tragarme, o sin ser castigada por
Dios, cuando yo no creía en Dios. El romper aquel tabú me hizo sentirme muy liberada.
Fue casi como volver a perder la virginidad. Fue como el primer adulterio. Fue
como la primera vez de cualquier cosa que se hace con cierto miedo. ¿Cómo puedo
expresar el sentimiento que experimente? Me viene a la cabeza la palabra engreimiento. Me sentía superior a toda
la gente que no se atrevía a hacerlo. Nancy era para mí un trofeo a mí misma
por ser tan valiente, tan libre y tan poco común. Aunque no fuera cierto. Nancy
era un logro, un punto a mi favor, pero jamás, por ningún motivo, un gran amor.
Esto último podría ser cruel si pensamos que
Nancy estaba realmente enamorada de mí. Pero no lo estaba. Yo era para Nancy
otro trofeo. El trofeo de las lesbianas: ligarse a una chica que fuese guapa y
al mismo tiempo, hetero. Es decir, a una mujer de verdad.
Lo que Nancy quería comer a
través de mi coño era mi personalidad, mi vulnerabilidad, mi ateísmo enardecido,
mi feminidad, mi libertad, mi esencia de mujer admirada. Lo que yo quería era
comer su valentía, su valor de hacer algo que pocos hacen. Su fama y su
misterio. Quería comerme ese misterio que la rodeaba, y hacerlo mío.
Nancy debió de notar en mí mi deseo de
libertad, de misterio, el día en que vino a buscarme. Debió de haber notado mi
vulnerabilidad. Durante todo el semestre me había mirado desde el otro lado de
la mesa, deseándome, enamorándose de mí. Para mí, ella era sobre todo un objeto
de curiosidad: me llamaba la tención su masculino corte de pelo, su cuerpo
largo y delgado, sus senos bien proporcionados, sus ropas último modelo,
frescas y a la vez sugerentes de un misterio que se esconde bajo esas faldas.
Aquel año yo no quería conocer a alguien más. Tenía una actitud cínica ante el
amor y la libertad; Nancy tuvo que abrirse paso por entre aquel cinismo para
hacerse oír. Sabía, de algún modo, que al final de ese camino estaba la gloria.
Y sabía que ese era el camino correcto; olía mi deseo de libertinaje. Un deseo
del que ella fue la primera en percatarse.
3
Entramos a la sala de mi casa. Vinimos de
comer en un restaurante vegetariano. Nos sentamos en el sofá, muy cerca una de
la otra y casi no hablamos. Estamos cansadas, acaloradas. Nancy pregunta si
tengo un vaso con agua. Le digo que sí y voy yo misma a la cocina. Traigo conmigo
dos vasos con agua y le propongo subir a mi habitación. La sala es un lugar
peligroso, puede mirarnos mi padre o algún empleado de servicio.
Una vez en la habitación nos sentamos sobre la
cama. La miro al tiempo que respiro aprisa. Le miro los ojos y luego bajo la
mirada. Allí están sus senos, casi a punto de reventar bajo esa camisa blanca.
Siento deseo de tocarla. Ella parece leer mi pensamiento y me toma una mano. La
coloca sobre su pecho izquierdo. La mete por debajo de la camisa. No lleva
sujetador. Siento su pecho. El pezón es rugoso pero la parte inferior es sedosa.
Nancy me acaricia el pelo y después la mejilla, y después me levanta la cara
para besarme. Es como besarme a mí misma.
Nancy comienza siempre por acariciarme y
termina de hacer el amor pegándome. Me da nalgadas y me avienta a la cama como
lo haría un hombre. Me siento realmente excitada. Me come las tetas con
verdadera pasión. Me come el coño y me masturba como un hombre jamás lo haría.
Nancy lame mis pies y me acaricia las nalgas. Nancy dice que me ama. Nancy
respira en mi oído y yo siento ganas de que sea Nancy la que me joda una y otra
vez.
Mi padre es un hombre chapado a la antigua que
no ve con buenos ojos las veleidades bisexuales. Esto constituye, sin duda, un aliciente
más. Si se enterase, me mataría. Y
también está Scott, mi novio. Así que esta tarde soy una lesbiana y una amante.
A Scott nunca le ha gustado demasiado besarme el sexo. Nancy lo ama. Estoy allí
echada tratando de no pensar, sin embargo pienso. Juzgo sin juzgar. Todas estas
ideas me vienen a la cabeza. Entre tanto Nancy me mordisquea suavemente el
clítoris con sus dientes perfectos. Desliza una y otra vez en mi vagina un dedo
impecablemente manicurado y me acaricia los pezones con la otra mano.
Cierro los ojos y trato de no pensar en otra
cosa que en mis sensaciones, en mi embriaguez y en los círculos de placer que
se centran en mi coño, pero no puedo evitar pensar en algo más: estoy siendo
violada por mi deseo de libertad. El cálido dedo que se introduce una y otra
vez en mi coño, es el dedo del cazador. Ella me eligió como yo elijo a mis
hombres. Soy su presa y soy su cena. Caí en la trampa por querer ser libre. Me
ofrecen libertad pero me atan. Me atan con sogas de seda y con placer, como la
naturaleza ata a sus víctimas con sexo para obligar la reproducción.
Fue agradable. Nancy es una experta en materia
de cunnilingus, y tiene mucha clase. Pareció un acto menos sexual que cultural.
Casi parecía que iban a traerle un aguamanil de plata (con pétalos de rosa
flotando en el agua) para enjuagarse los dedos después de tocar mi coño. Y una
servilleta de lino para secárselos. Y después, un postre exquisito. Me hacía
sentir como comida de león. Como esclava de un demonio. Y me encantaba.
Pero ahora me tocaba corresponder. La ama
ordenaba que la esclava diera placer. Nancy era mi ama. No podía ser de otro
modo. Yo era ama de mis hombres y solo ella, una mujer, podía dominar la mano
que alza el látigo.
Bien, he aquí la verdad. No importa lo que los
poetas digan al respecto, ni lo que opinen los hombres más experimentados. No
importa lo que digan los amantes: el coño de una mujer hule mal. ¿Se atrevería
una feminista a decir la verdad acerca del cunnilingus a estas alturas del la
historia?
Hice todo lo que pude. Saqué la lengua con
toda buena voluntad y me lancé. Quería que Nancy sintiera todo lo que yo sentí.
Pagarle con la misma moneda. Pero no pude. Ahora entendía porque la gente se
niega a hacerlo. Porque otras mujeres se niegan a hacerlo. Porque la repulsión
hacia un acto sexual con alguien de tu mismo sexo. Entendí y comprendí que por
más libertad que yo deseara, que por más libre que deseara ser, esto no iba
conmigo. En este momento, pensaba, todos quieren ser yo con excepción de mí
misma. Nancy tardaba demasiado en correrse y yo tenía la impresión de haberme
pasado allí toda la vida. Comenzaba a entender que a Scott no le apeteciese
comerme el coño. Comenzaba a entender a los hombres, tanteando una vagina sin saber
de qué va la cosa. Sin recibir orientación alguna de la dama (que es demasiado
sensible para preguntárselo) y preguntándose si ella se va a correr ahora, o
ahora, o ahora, o si se ha corrido
ya, o si se correrá dentro de tres meses, ¿o qué?
¡La pelvis de Nancy se mueve! Se estremece. Se
mueve rítmicamente hacia mi boca. ¡Todo saldrá bien! ¡Va a correrse! ¡Aleluya!
No voy a quedar como una inexperimentada, o como una egoísta que sólo busca su
placer sin impórtale el de su pareja. ¿Por qué me importa todo esto? ¿Es porque
se trata de Nancy, o de una mujer? ¡Nancy deja de moverse! ¿Es que he parado
demasiado tiempo? Falsa alarma. Nancy deja de moverse y me retira. Me siento
como tan angustiada como un hombre, ¿es que lo he hecho mal? Si al menos
pudiera preguntárselo. ¿Debo creer que se ha corrido?, ¿debo pensar que si ella
me ha retirado es porque no ha podido más? Me recuesta junto a ella en la cama.
Me toma de la mano y me dice que todo está muy bien. ¿Por qué lo ha dicho?, ¿es
porque todo está muy bien?, ¿o porque todo está muy mal? No entiendo cómo me
lié en esto. Si me hubiesen advertido que sería complicado física y
psicológicamente… Si he hecho esto, ¿soy una lesbiana? No me siento como una,
pero… ¿seré lesbiana en adelante sólo por haberlo hecho una vez? Quizá las
lesbianas tampoco se sienten como lesbianas. Después de todo siempre andan
diciendo que son iguales al resto pero con diferente orientación sexual. ¿Entonces?,
¿todas somos lesbianas?, ¿todas sentimos esta curiosidad alguna vez en la vida?
Quisiera decirle a Nancy que desapareciese de mi casa. Largarla con una varita
mágica.
No te has corrido, digo al fin. Deprimida, con
la muñeca dolorida y la boca llena de eso. Después de tanto intentarlo no ha
habido orgasmo. Me siento como una amante fracasada, inepta. Me siento como un
hombre que se lleva a la cama a una mujer frígida: desconcertada. No importa,
dice Nancy. Me parece que por un momento lo comprendo todo, la guerra de los
sexos. El egoísmo del hombre y la generosidad de la mujer. Pero a Nancy no le
importaba. Eso fue lo que dijo. A partir de aquel momento me tomé como una
cuestión de honor el hacerla llegar al orgasmo. Encontraría un modo de hacerlo.
4
Nos quedamos dormidas. No mucho
tiempo, al parecer. Dos horas a lo más. El calor, el cansancio, el sexo. Nancy
me despertó con un beso en los labios. Abrí los ojos y allí estaba ella: una
mujer, encima de mí...
Un escrito sincero y directo. Para un hombre el coño de una mujer siempre será su deseo y su perdición. Es como el alcohol, al principio no te agrada su olor, luego es lo que más desea tu garganta.
ResponderEliminarlike.... esos amores lesbicos siempre traen su encanto. Espero poder seguir leyendote Veronica.
ResponderEliminarsin lugar a dudas muy interesante, tienes una extraordinaria forma de narrar, coincido con Gabriel muy sincero y directo.
ResponderEliminar¡Me gustó mucho! ¡Felicidades!
ResponderEliminarMe gusta mucho tu manera directa y sencilla de expresar sin vulgaridad algo tan hermoso como lo k es la sexualidad , felicidades:)
ResponderEliminarhonestidad,,,bien
ResponderEliminarRealmente no me parece un buen escrito. Hago mi comentario, y lo dejo en claro desde ahora, no para insultar ni degradar a los jóvenes escritores que aquí se muestran, sino para, de alguna manera, si es eso posible, ayudarlos a mejorar ciertos puntos que me parecen débiles, incompletos o superficiales en su escritura. Además, debo decir que pueden tomar en cuenta mi comentario, como también pueden rechazarlo y escupirlo si es lo que les place. Finalmente es solo una apreciación subjetiva la que haré a continuación.
ResponderEliminar1.- El mayor problema que encuentro en el texto es la poca fluidez con que se puede leer. Debido esto a un ritmo de escritura que particularmente no me gusta. Caracterizado por una repetición innecesaria y "torpe" de palabras. Que podría mejorarse, pues la repetición bien utilizada es sumamente agradable. Además, se deberían, creo yo, emplear mejor los conectores lógicos, conocerlos bien y explotarlos. Para así garantizar la fluidez de un texto que ahora luce aletargado.
2.- Encuentro también un problema con el lenguaje que se emplea. Pues me parece indefinido: a veces se busca narrar todo de manera "decente" con palabritas. Y en otras, en cambio, se narra con palabrotas (que no está mal). Pero creo que hay que saber llegar a una armonía que permita la consecución de un mejor resultado.
3.- Finalmente, debo decir que la historia, en cuanto a su estructura, merece un replanteamiento. (Esto solo a mi entender). Considero todo muy lineal, es como un proyecto poco ambicioso, más tradicional y trillado.
Pero en fin, espero que mis palabras no sean tomadas con desagrado. Pues no pretendo darme aires de GRAN CONOCEDOR o de GRAN CRÍTICO. Solo intento colaborar con personas, que al igual que yo, escriben y, supongo, disfrutan haciéndolo. No tomen mis palabras como si provinieran de una mente arrogante o petulante, por favor. Saludos.
bueno, sólo me parece que si escribes, deja tu lin pa leerte... digo!
EliminarPor dios, escriban lo que quieran y como quieran pero dejen de utilizar a Courbet como adorno o ilustración en sus mediocres escritos e historias. El constraste estético entre algunas imagenes que usan y sus textos llega a ser abismalmente obsceno.
ResponderEliminarwaow!
ResponderEliminarBueno de todos tus escritos,en el cual narras actividades que pueden ser cotidianas,péro al final de cuentas, aún se encuentran sumergidas en el abismo de la discriminacion,veo que tu narrativa es elocuente en ciertas partes,péro me sigo empeñando en decir por que tienden a menospreciar su entorno cultural la mayoria de las veces, al escribir con palabras que la mayoria no utilizamos,como coño, corrido etc,si quieres usar palabras vulgares y comunes porque no usar panocha,ya te veniste etc,o simplemente decir las cosas como son,vagina,orgasmo etc.son detalles simples que si mejoras o tomas atencion, en ocaciones se puede disfrutar más tus lecturas.Y con el anonimo que es escritor o pretende serlo coincido en su critica en ciertos puntos, pero tambien recordar que la mayoria somos simples lectores que lo unico que queremos es disfrutar y entender una lectura...saludos (anonimo JERCEDU)
ResponderEliminarBravisimo...
ResponderEliminaresto me recordo a una chica q en un principio se hizo pasar por una gran amiga hasta que me confeso digamos su amor jeje, me pidio que lo intentaramos, pero nunk senti esa curiosidad y preferí alejarme de ella
ResponderEliminarmuy bueno...muy bien logrado...
ResponderEliminarExcelente manera de abordar la sexualidad: sin tapujos, abiertamente...
ResponderEliminarEl sexo es muy rico
ResponderEliminarlos sigo he; muy buenos textos
ResponderEliminarMuy bueno... felicidades
ResponderEliminar"check" nick y estilo
ResponderEliminarMuy buenoooo!!!!!!!!!!!!!!!!!!
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