Malena
comenzó por arrodillarse. Era la parte que más le disgustaba, ¿por qué esos
hijos de puta lo querían siempre de pie? La primera vez nunca pensó que arrodillarse
fuese tan complicado, tenía trece años y comprendió porqué los sacerdotes
obligan a los feligreses a arrodillarse ante el altar. Estar de rodillas ante
alguien o ante algo te pone en un plano tan inferior como una cucaracha. Había
hecho esto antes pero ya comenzaba a cansarse del asunto. Después de todo
ninguno de estos trabajos le había
abierto la puerta al estrellato.
Malena tenía veinte años y un cuerpo
espectacular. Toda su vida tuvo un sueño y ese sueño, se quebró hace poco por…
bueno, Malena no sabe exactamente a quién culpar. Culparía a Dios, pero no cree
en Dios. Dejó de creer en ese Señor cuando murió su padre. Así que lo primero
que hizo fue culpar a su madre, que es una señora de baja estatura. Y su madre,
culpable en cierto modo, pero a la vez, inocente, no supo cómo tomar la
reacción de Malena, que fue dejar la casa e irse a vivir con un hombre que se
decía su novio, pero del que ella, su madre, no conocía ni el nombre.
El sueño de Malena era ser una profesional del
modelaje. Y su sueño fue quebrado porque en la Asociación Profesional de
Modelaje no aceptan creaturas inferiores a la estatura de 1.70 metros. Y Malena
no mide eso, mide 1.66 metros. El golpe emocional de medir cuatro centímetros
menos fue tremendo. Toda su vida lo había planeado, toda su vida lo había
deseado y había encaminado su existencia a ello. Había tomado clases de
modelaje a los doce años, y nadie le había advertido que algo así podía pasar. Todas
las horas de ejercitar los glúteos, minimizar la cintura, aplanar el abdomen…
fueron en vano. Estaba destinada a ser eternamente la edecán de la marca de
algún producto. O en ocasiones especiales, por mucho, lograba colocarse en una
pasarela de ropa interior para un supermercado… y todo por una mamada.
Después de arrodillarse tuvo que desabotonar
el pantalón ella misma, con la boca, porque sabía que así lo preferían. Les
gustaba que hiciera el papel de gatita. Si no era buena modelando, al menos era
una experimentada feladora. Sentía el frió del piso en sus rodillas; llevaba el
vestido azul, y sabía que desde arriba podían vérsele todas las tetas. De todos
modos se bajó el vestido y se sacó las tetas. De inmediato pudo sentir las manos
que le acariciaban con brusquedad, como si fuese la última mujer sobre la faz
de la Tierra. Y pensaba que está sí sería la última vez…
Randy Coleman, un norteamericano entrado en
años fue el que se la llevó. Randy fue también el que la introdujo al oscuro
mundo de la prostitución. Primero, so pretexto de alguna pasarela, de alguna
fotografía en alguna revista de mierda, donde ni siquiera salía su cara… y
luego abiertamente, por una buena cantidad, eso sí. Y ella, Malena, cayó
enamorada de ese hombre que podría ser su padre, o su abuelo, porque fue el
único que le brindó esperanza cuando la vida misma se la había arrebatado. A su
lado, siendo Randy un pez gordo de la industria del modelaje, podría ayudarle
para que el impedimento de los cuatro centímetros no fuera tal.
El sabor del semen en la garganta la trajo de
regreso a la realidad. Estaba en el despacho de Henry Coleman, hermano de Randy
Coleman, arrodillada sobre un frío piso de mármol, con las tetas al aire y
manchando de saliva el vestido azul que su madre le había regalado antes de
salir de casa.
Henry la retiró y se abotonó el pantalón.
Pasada la emoción se volvían unos cretinos. Ni siquiera volteó a mirarla antes
de irse. Además, Henry tenía esa manía de tragarse los gestos de placer. Como
si no aceptara que esa niña, esa gata, esa chiquilla, fuese capaz de producir
en él tanto placer o más, como el de su esposa Rachel, que era una dama y una
Señora en toda la extensión de la palabra.
Los años pasaron, primero felizmente porque
Malena pudo mudarse de su pequeño apartamento en el centro de la ciudad, a una
residencia en los suburbios, en medio del campo, bellísimamente amueblada, y
eso, sencillamente respondía muy bien a los anhelos de la pequeña. Si no podía
ser una estrella del modelaje, al menos vivía
como una. Y Randy era un caballero, la trataba como a una mujer (aunque esto
significase follarla como a una puta). Si ahora se veía sobajada al grado de
darse a casi cualquier amigo de Randy que lo quisiera, ella no sabía muy bien
cómo o por qué terminó así. Randy sí, joder, él lo sabía muy bien. Randy era
capaz de dominarla a tal grado, a ella y a… bueno, ya es tiempo de aceptarlo,
se decía Malena, su docena de chicas, su harem occidental de putas veinteañeras
sedientas de fama.
Malena se acomodó el vestido, se limpió la
boca y se levantó del suelo. Con toda la dignidad que aún conservaba recibió en
el despacho a uno de los hombres de Henry, un moreno regordete que le entregó
una bolsa de papel con trescientos gramos de cocaína dentro. Se hizo adicta en el
noventaisiete, poco antes de conocer a Randy. Para Randy la adicción de Malena
fue un paso ya dado; siempre es más fácil manipular a un adicto. Sin embargo,
los últimos meses Randy le había prohibido consumir. Una contradicción que es
técnica de manejo. Más o menos lo que hace el gobierno al inclinarse en contra
del tabaco: prohíbe, pero vende. ¿Qué le importa al gobierno la salud del ciudadano,
si nunca le ha interesado? ¿Qué le interesa a Randy la salud de Malena, si
continúa sangrando su alama, sacado de ella todo lo bello que le queda a esa
joven veinteañera? Y resulta que le ha prohibido drogarse, por su bien, al mismo tiempo que la vende a sus amigos, y a su
hermano.
Esta
vez el favor no fue con la intención
de coger algún trabajo de modelaje, sino de conseguir algo de polvo. Lo había
hecho tantas veces y la verdad, por menos. ¿No era mejor la droga que una
sesión fotográfica que no sirve de nada? Le tomaban las fotografías, como a
una supermodelo, con la diferencia que Malena no aparecía en ninguna revista de
moda. Se acostaba con alguno (o algunos) para que le tomasen esas fotografías y
al final, no pasaba nada. Es como si la estuvieran engañando. Como si la
trataran como a un bebé. Le engolosinaban la pupila con fotos suyas posando en
la playa, en un yate, en un manantial de hermoso paisaje… como las malditas
supermodelos de verdad… pero sin llegar nunca a ser una de ellas. Eso es tener
nada. Con Henry al menos tenía trescientos gramos de polvo de hada. Por una
mamada, no estaba mal.
2
Llegada a casa Randy Coleman la recibió como a
una hija; como a una niña malcriada. Malena pasó la noche en un centro nocturno
de la zona centro de la ciudad, dándose a un par de gamberros que esa noche
tuvieron la suerte de cruzar sus vidas con las de ella, que a veces bajaba a
los barrios bajos con las narices llenas de polvo. Randy lo sabe porque esa
misma noche, en ese mismo bar, estaba uno de sus hombres, enviado por el mismo
Randy, vigilando las acciones de la querida princesa de papá.
Le abofeteó la cara, como a una niña o como a
una puta (Malena siempre sentíase de ese modo: como niña o como puta, nunca declarándose
a sí misma como una u otra cosa) y la mandó a su habitación, a donde la
subieron arrastrándola dos hombres de servicio. Uno de ellos, un pelirojo
extranjero (probablemente ruso), aprovechó el estado de Malena para darse un
taco de trasero, bien servido. Malena ni siquiera lo notó, y en todo caso, le
importaba poco. Se sabía merecedora de un castigo, y generalmente, los castigos
(y los premios) iban sobre la línea de la sexualidad. Éste era otro rasgo importante
de la dominación por parte de Randy. Una vez que estuvo encerrada en su cuarto,
Randy subió a hablar con ella. Le hablaba como a una niña de doce años, le
decía que lo que ella hizo le dolía a él en el fondo de su corazón. Le hacía
prometer que no volvería a hacerlo, y le dejaba en claro que el castigo
siguiente era por su bien; que ella se lo había buscado.
Al mismo tiempo, le daba la noticia: habría
una sesión de fotografías en conjunto con unas chicas para una revista de moda
y él, que era su representante oficial, su salvador y su Dios, la había
colocado en dicha sesión. Esta sesión incluiría desnudos, y algunas
penetraciones. Por su puesto, se trataba de porno duro, Malena lo sabía. No
habría paga para ella porque, bueno, ya mucho hacía Randy dejándola vivir en
casa y soportando todo esto, le dijo
haciendo un ademán con las manos para que se mirase a sí misma. Y para que
Malena no pensase demasiado en el evento hasta el día de su realización,
también le daba la buena nueva de que si estaba a punto mañana por la mañana la
llevaría al ballet. El ballet era el espectáculo favorito de Malena, y ante una
cosa así se comportaba realmente como una niña de doce años. Se limpió las
lágrimas y asintió con la cabeza. Haría todo lo posible por poner su cuerpo a
punto para mañana a primera hora. No sería fácil, habría que beber litros y
litros de leche, darse duchas de agua fría, quizá tomar algún analgésico y todo
la parafernalia de una resaca de cocaína, marihuana y alcohol.
Mientras tanto, Randy hacía algunas llamadas
delante de ella. Llamadas que le recordaban a Malena el trato que había
aceptado, el de las fotos pornográficas. Randy decía cosas como: sí, todo está
muy bien, Malena estará lista para el martes. Y etc.
Malena aspiró los mocos de su llanto y se
dispuso a olvidarse de todo. Mañana iría al Ballet y era lo único por lo que
valía la pena alzar la cara y salir a un nuevo día. Era su método de
autodefensa, pensar que había algo en
su vida por lo que valiera la pena vivir, y olvidar el resto de su infierno. En
realidad, era el método de autodefensa que Randy le brindaba a través de sus
infinitos chantajes. Es increíble cómo un hombre, una persona, puede controlar
de tal modo a otra, y es que… a decir verdad… Randy conocía a Malena mejor de lo
que ella misma se conocía a sí. Sabía todo de ella, desde sus más banales
deseos, sus pesadillas, su pasado, sus emociones, sus reacciones psicológicas y
emocionales a casi cualquier acción… hasta
sus más intrincados anhelos. Randy era un hombre (honora quien honor merece)
increíblemente inteligente. Llevaba grabado en su memoria cada dato de Malena,
y de sus demás doncellas. Y eso no era todo, también sabía tratar con hombres,
con los más duros hombres y con viejos lobos de la industria del modelaje y el porno.
Su trabajo: conseguir jovencitas que se dejen explotar a cambio de la mínima
paga, o sin paga. En resumen: ¡un hijo de las mil putas!
3
Malena
enciende un cigarrillo, tiene ganas de algo más fuerte pero un cigarrillo es lo
único que Randy le aceptaría en un día de Ballet. Está en el jardín de su casa, en espera de Randy. Se ha
maquillado y da la impresión de ser una joven princesa: rubia, nariz
respingada, delgada casi hasta los huesos y con un par de senos que estallan
dentro de ese diminuto escote de vestido blando. El cigarrillo, en todo caso,
le da un toque de princesa del mal.
Detrás
de Malena está Hugo, el chofer, también en espera de su patrón. Le mira el culo
a Malena. Le mira la diminuta cintura. Le mira las piernas, las pantorrillas.
En general le mira y se pregunta cómo una joven tan hermosa puede ser lo que
ella es: una puta de mierda, una arrastrada. Una drogata. Una perra del infierno. Y además, una niña.
Luego sale Randy, que va vestido elegantísimo,
con frac a la antigua y un sombrero de bombín. También lleva un bastón, cosa
que a Malena vuelve loca. Ha llegado a pensar que se enamoró de él por ese bastón.
La primera vez que se miraron, en un casting de adolescentes para un comercial
de Disney México, él llevaba ese bastón. Un bastón hermosísimo, de caoba, con
punta en oro en forma de serpiente.
Todos suben al coche, que es un Jaguar S-type del año. El chofer se pone al volante y
Randy y Malena suben a la parte trasera. El coche se pone en marcha y salen a
la ciudad.
Durante el trayecto Malena y Randy sostienen
una conversación superficial sobre el ballet. Malena opina que una bailarina de
Ballet es algo así como una diosa, aunque en realidad quiere decir: algo así como una libélula, o como una
mariposa, pero teme que Randy pueda pensar de ella que es una boba. Randy
opina, sin embargo, que una bailarina de ballet es algo así como puta, pero más
fina. A fin de cuentas, dice, ambas sirven para entretenimiento del hombre, las
unas sexual, y las otras artístico. Piensa que una bailarina es una marioneta,
una cosa que se maneja, a la que se le pone una rutina y debe seguirla, y no
tiene el mínimo talento en cuanto a creación o proposición artística. Es un
peón. Una pieza menor (aunque indispensable) de la que se sirve un creador (el
compositor del ballet). Y además son lesbianas, exclama como si las bailarinas
de ballet le jodiesen la vida, o fuesen lo peor de ella.
Malena baja la mirada, no puede evitar pensar
que Randy siempre tiene razón. A los once años ella misma cursó unos meses en
un instituto de ballet y ahora que lo analiza, todas eran entrenadas para hacer
los movimientos básicos y complejos con los cuales, otra persona les diría cómo
combinarlos y crear un ballet. Las bailarinas no sabían música, ni tocar los
instrumentos al compás de los cuales se movían, ni sabían el nombre de los
compositores de las piezas que bailaban. Eran ignorantes. Y también, unas
muñecas que otro movía a capricho y placer con el único fin de entretener a un
público que no tenía mejor cosa que hacer que ir al ballet infantil que daba el
instituto (en su mayoría los padres de las alumnas).
Llegados al ballet bajan Malena y Randy y
caminan hacia la entrada. Randy es amigo del encargado del lugar donde se
representa la obra, así que le basta saludar a algunos que reconoce e irse
directo a los palcos, donde se instala junto a su pequeña novia, y miran el
ballet. Es El lago de los cisnes, de Tchaikovsky, por el Ballet de Kirove.
4
A la mitad de la obra Randy se inclina hacia
Malena, y le dice: ¿sabes cuál es la única diferencia entre una bailarina de ballet,
y una puta? Malena mueve la cabeza negativamente y Randy contesta: que al
menos, la bailarina es libre. Acto seguido le abraza y le coloca sin que ella
lo note doscientos gramos de la blanca dentro de su bolso de mano. Necesita
mantenerla satisfecha al menos hasta que se haga la sesión de fotos, que le
supondrá unos buenos miles de pesos a Randy papá.
Porque son hijos de alguna generala alemana
ResponderEliminarMuy buen manejo de lenguaje para describir una realidad muy cruda. Bien narrado. Muy buen texto.
ResponderEliminarMe encantó :)
ResponderEliminar¡Exelente...felicidades!
ResponderEliminarMuy bueno todo; los invito a echarle una ojeda a este proyecto.
ResponderEliminarMejor dedicate a putear.
ResponderEliminarCada vez son mejores tus escritos Verónica Pinciotti este en especial me pareció magnífico, sobre todo cuando describe la labor de las bailarinas. ¡Enhorabuena!
ResponderEliminarEs bueno el tema, bien Malena y Randy, pero algo lato el relato. Se hace un poco aburrido, pues no mantiene la tensión. Bien el final!!!
ResponderEliminarsufren las rodillas,se cansan los labios sobre suelos que sollozan
ResponderEliminarMaravilloso escrito!
Interesante
ResponderEliminarme ha gustado mucho Verónica Pinciotti, muy bien escrito, nada pesado, crudo y nada efectista... buen trabajo!!
ResponderEliminarExcelente
ResponderEliminarme gusta ese blog, lo recomiendo
ResponderEliminarExcelente relato.
ResponderEliminarexcelente!!!
ResponderEliminarMuy duro el texto, muy duro...
ResponderEliminarLa historia va bien, pero una narración de varios estilos, presente perfecto, participio y algo más...
ResponderEliminarMe gusto mucho esa frialdad sardonica, esa tristeza que emana de la lectura de una vida sin amor, muy bueno Veronica
ResponderEliminarvisceral, rutinario y por el bien de las mujeres. saludos y excelente relato.
ResponderEliminarpd: tal vez conozcas a Zoé Valdés
Excelente, muy facultado el relato, Veronica Pincioti, esperamos la segunda parte, jajajaja
ResponderEliminarmuy bueno
ResponderEliminarme pareció buen relato, bien proyectado...también espero la segunda parte ;)
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