El señor Pinciotti, que es mi
padre, prefería por mucho la presencia de Salmoneo, a la de Martin. Sobre todo
porque Salmoneo no solía fumar en la sala de la casa, u orinarse fuera del
excusado, en el baño. Esto último lo sabía porque Martha, la empleada doméstica,
siempre lo gritaba. Una vez salido Martin del cuarto de baño, entraba Martha,
que ya le conocía, y salía gritando que cómo era posible. Y mi padre, que
andaba por allí (y Martha procuraba que el señor Pinciotti anduviese por allí
cuando lo gritaba), le pregunta que qué ocurría, y entonces ella lo metía al
sanitario para que mirase con sus
propios ojos. Aunque yo no creo que orinar fuera de la taza sea un motivo de
odio, el señor Pinciotti sí.
Por eso, al que llevé al velorio fue a
Salmoneo. Principalmente por lo anterior, pero también porque estaba segura que
Martin Petrozza no sabría comportarse en una cosa así.
La que se había muerto era la esposa de un
amigo del señor Pinciotti, y como mi padre odia los velorios (de la gente que
no es su gente), y como me ama (aunque
yo pienso que es por lo contrario), me invitó (obligó) a asistir. Y como yo no
amo a Salmoneo, lo obligué (invité) a ir conmigo.
Primero había que vernos en mi casa, desde
donde partiríamos a la sala funeraria. Allí llegó Salmoneo, y cuando lo recibí,
estallé en risa. Él dijo que no me burlara porque si estaba así, era por un
favor mío. Pero verlo vestido de negro, era cosa de risa. Sobre todo porque el
traje negro que vestía, no era de su talla, sino de una talla más chica. Llevaba
los tobillos y los antebrazos desnudos. La corbata le llegaba a media panza, y
era evidente que la camisa le ahorcaba.
Bueno, Pinciotti, dijo él, ¿qué querías? El
traje es de mi primo Roberto, tiene quince años. Vale, dije yo, ni hablar. Pero
también pensé que era todo un detalle, eso de ponerse el traje chico y todo
porque yo se lo había pedido. Petrozza jamás hubiese cedido a algo así.
Por mi parte iba vestida con un vestido negro,
entallado. Medias negras y zapatos negros. Y un bolso y un sombrero negros. Y
Salmoneo también se rió de mí porque dijo que yo lucía como la viuda de un
marido que no murió en un accidente, o sí, pero provocado por la esposa. Reí
del comentario, y le dije que ese esposo bien podría ser él si no cerraba la
boca.
Y cuando el señor Pinciotti nos miró, también
dejó salir un par de sonrisas. Quizá en realidad lucíamos como esa mujer y ese
marido. Nos hizo subir al coche, y partimos.
Camino al salón funerario Salmoneo me contó
que para estar aquí debió decir a su patrón que había muerto un pariente suyo.
Sólo así le excusó del trabajo sin quitarle la paga. Y yo le dije que ese
patrón era un cabrón, y que le agradecía mucho lo que hacía por mí. Él sonrió y
asintió con la cabeza. Yo sabía que Salmoneo estuvo o estaba enamorado de mí.
Así que no lo agradecía tanto, porque los favores que hace un enamorado no los
hace por una, sino por sí mismos. Por el bien de un interés personal,
generalmente, acostarse contigo.
2
Una vez llegados al salón nos
metimos dentro y mi padre nos presentó con un montón de gente que ni él mismo
conocía. Gente que estaba allí por lo mismo que mi padre, o por lo mismo que yo
o que Salmoneo. Porque alguien los invitó (obligó).
Yo saludaba como si me muriese de ganas de
estar allí, o como si me doliera la muerte de esa mujer, o como si los
intereses sociales de mi padre, fuesen los míos. Salmoneo lo hacía como alguien
que teme ser descubierto. Con mucha timidez y un poco de extrañamiento. Con una
sonrisa falsa y a la vez vindicadora.
Maldición, Pinciotti, me susurró al oído, no
sé por qué estoy aquí. No debí venir. Me siento como un payaso. Ya, contesté el
susurro, no es para tanto, lo payasos gustan a la gente. Sí, sí, dijo, pero si
algo no se lleva son los payasos y la muerte. Aquí no pude evitar una risa, y
todos voltearon a verme. Yo también me sentí fuera de lugar. La muerte es una cosa importante sólo si se
trata de ti. Se lo dije a Salmoneo y
asintió con la cabeza, pero agregó que también es importante si la que se muere
es tu mujer. Y que debíamos guardar silencio y respetar porque el marido debía
estar deshecho. Y yo le debatí que la muerte de tu mujer es importante porque
eso también se trata de ti. No dije que la muerte es importante sólo si eres tú
el que se muere. Quizá, cuando tú te mueres, esa muerte no se trate de ti. Sino
de los que quedan vivos, dije. Entonces Salmoneo asintió con la cabeza.
Caminábamos por un pasillo lleno de gente vestida de negro, y de gente
llorando. Y dijo que eso era muy cierto, que las muertes son para los vivos, y no para los muertos… hizo una
pausa y se preguntó dónde había escuchado eso. Riendo, le dije: eso es el
fragmento de un texto de Petrozza, el de: Delmundo sujeto y la soledad que esto conlleva (en una plática de café con unaseñorona). Y sonrió y dijo que ese Petrozza era un maldito genio. Yo le
dije que no, que sencillamente tomaba en serio su trabajo de escribir, y eso
era todo. Salmoneo me dio la razón, y llegamos a una sala, con un cuerpo muerto
dentro de una caja.
El señor Pinciotti, que todo ese tiempo caminó
detrás de nosotros, nos adelantó y se acercó a la caja, donde yacía el cadáver
de la señora Betancourt, y se inclinó para verlo. Pensé que lloraría, pero no
lloró. Se inclinó, persignó la frente de la difunta y dejó paso a otro que
venía detrás, y que hizo exactamente lo mismo, con la diferencia de que se
tardó menos. Y éste último dio paso a otro, que también se inclinó, susurró
algunas palabras, y la persignó. Y todos, después de persignarla, alzaban la
cara, orgullosos, y se largaban a platicar con alguno que había pasado antes, y
que ya reía, y se estrechaban las manos y se abrazaban. ¿De qué ríen?,
preguntó Salmoneo. Alcé los hombros y dije: ve tú a saberlo.
Fue nuestro turno. No supimos cómo pero
acabamos formados en una fila que llevaba al cuerpo. Y fue nuestro turno de
pasar y mirar. Primero pasé yo, porque Salmoneo me cedió el paso, y entonces
estuve allí, frente a la señora que estaban muerta. Si antes tuve risa, en ese
momento se me esfumó. No era una señora. Quiero decir, el cuerpo tendría a los
más treinta y cinco años. Y sentí calofríos al pensar que una mujer tan joven
pudiese estar muerta.
Luego pasó Salmoneo, y lo miré inclinarse a
mirar mejor y me dio la impresión de que también se asombró de que fuese una
mujer tan joven la esposa de un viejo, y que fuese ella la que estuviese dentro
del ataúd.
¿Por qué no me dijiste que se trataba de una
mujer joven?, me reclamó Salmoneo cuando pasó su turno. Caminamos hacia otra
puerta, que daba a otra sala. La sala estaba llena de personas. Y todo estaba a
media luz y predominaba el color ámbar.
Porque no lo sabía, contesté. También predominaba en esa sala un
ambiente de alegría. Era como si todos, una vez dada la bendición al cuerpo,
les importara un carajo. Incluso como si estuviesen contentos. La gente reía y
se abrazaba, pero sobre todo reía y se estrechaba las manos como cuando se
cierra un trato, un negocio. El señor Pinciotti estaba entra ellos, y también
reía y palmeaba hombros y estrechaba manos. Pero siempre, sin dejar de sonreír.
Vamos, le dije a Salmoneo, ayúdame a encontrar
un sanitario dentro. Sí, dijo y caminamos por otro pasillo, que nos arrojó a una
escaleras, y allí había mucho aire fresco. Pregúntale e ese, le dije a mi
amigo, y le preguntó a un joven que llevaba un uniforme. Le indicó que bajando
a la derecha. Salmoneo le dio las gracias, y yo miré al empleado dibujar una
sonrisa, de burla, pensé, por la apariencia del pobre que llevaba el traje de
su amigo.
Bajamos y llegamos al sanitario. Entré y
Salmoneo esperó fuera. Y dentro, inspeccioné los excusados, y aunque lucían
limpios, dudé en hacerlo. Principalmente porque jamás podía hacerlo en los
públicos, y no quería intentarlo si no iba a llegar al final. Lo mismo podía
pegarme una venérea haciéndolo que intentándolo, así que me decidí por no
hacerlo.
Me miré en el espejo, y no sé por qué, pero
pensé en la señora Betancourt. Me miré, y pensé en qué pasaría si yo estuviese
muerta. Mejor dicho, pensé en que yo podía morir en cualquier momento. No solía
pensar en la muerte, y si lo hacía, me creía que eso es algo muy lejano. Pero
ver allí a una joven de treintaitantos años, y aunque yo tenía veinticinco, fue
como un flechazo. Sobre todo porque a los quince yo solía decir que deseaba la
muerte temprana, para no sufrir de las incomodidades de envejecer. Y ahora,
bueno… ahora tenía frente a mí mi sueño, mi deseo… y no me alegraba. Una mujer
había muerto sin conocer la vejez, y no me inspiraba envidia. Envidia era lo
único que no me inspiraba.
Cuando salí estaba allí Salmoneo, recargado en
la pared, con sus calcetines blancos asomándole por los tobillos. Era todo un
caso, y por un instante me pregunté si no hubiese sido mejor venir acompañada
de Petrozza… o, de Scott. No había traído a Scott porque en los próximos meses
seríamos marido y mujer, y de por sí, ya no lo aguantaba. Evitaba a toda costa
pasar tiempo con él. Lo que no significa que ni pasase tiempo con él. Por el
contrario, pasaba demasiado tiempo con él. Tanto que Petrozza me reclamaba
haber cambiado. No soy yo la que ha cambiado, le decía, es mi vida la que ha
cambiado. Pero le daba igual, al final Martin tampoco hacía demasiado por
buscar mi compañía.
¿Todo bien?, me preguntó Salmoneo porque
saliendo del sanitario estuve muy callada. No sé dije, creo que estoy pensando
muchas cosas hoy. ¿Cómo qué cosas?, me preguntó, y yo le respondí: como en mi
boda, en Petrozza, en el amor… Entiendo, entiendo, se apresuró a decir Salmoneo
cuando mencioné mi boda, Petrozza y el amor, que eran tres cosa que no
alcanzaba a comprender. No es su totalidad. Y supongo que es por eso que eran
las tres cosas a las que más me entregaba. Siempre era una de esas tres, o las
tres, la que detonaba mis momentos más bajos. Mis momentos de sensibilidad. Mis
depresiones. Y paradójicamente, era una de esas tres, olas tres, siempre, las
que detonaban también, toda mi felicidad. Mi boda, Petrozza y el amor podían lo
mismo joderme que elevarme.
Salmoneo me tomó de la mano y me llevo fuera,
a un jardín precioso donde estaban todos fumando. Entonces yo saqué un
cigarrillo, y le ofrecí uno a Salmoneo, pero se negó. Yo encendí el mío, y me
puse a fumar y a pensar.
¿Sabes?, le dije a Salmoneo una vez sentados
en una banca que encontramos desocupada. Hay otra cosa en la que he pensado.
¿En qué?, pregunto. En mi muerte, dije. Y le conté aquello de morir joven, etc.
3
No sé muy bien cómo ocurrió, pero
saber que Salmoneo me escuchaba atentamente, y sinceramente, me puso en un
estado vulnerable, y sentí por él el deseo de besarlo. No hablo del deseo
físico de besarlo, porque yo había tenido muchos amantes y lo había pasado muy bien
con ellos, pero esta vez estoy hablando del deseo sincero y profundo de besarle.
Pero yo no supe de este deseo, y no lo hubiese
sabido de no ser porque Salmoneo me robó un beso. Fue hasta que nos besamos,
que supe que quería besarlo.
Cuando dejamos de hacerlo, Salmoneo estaba
rojo y estaba apenadísimo. Pero yo estaba ardiendo en deseo, y lo jalé hacía mí
y lo besé mucho tiempo, porque además, era un buen beso. Si todo comenzó por un
motivo sincero y noble, por un sentimiento de comprensión… el sentimiento se
estaba volviendo deseo.
Nos besamos en la banca, pero luego tuvimos
ganas de más. Yo tuve muchas ganas de más, y había trabajado tantos años en
cumplir mis deseos, que no me iba a aguantar. Aunque me tuve que aguantarme
porque el Señor Pinciotti se acercó a nosotros, y dijo que era tiempo de marcharse.
Salmoneo se levantó de la banca, como un
Soldado ante un General, y dijo que sí, que lo que él dijera, y se apresuró a
ponerse en marcha hacia la salida. Y yo sonreí porque supe que Salmoneo estaba
ardiendo. Y también supe que todo esto se había acabado, y que no podía ser.
Principalmente porque yo estaba a punto de matrimoniare, y aunque Scott no era
el hombre del que estaba enamorada, Salmoneo tampoco lo era.
4
Durante el viaje de regreso
Salmoneo no dijo una palabra. Me tomó de la mano, y me dejé tomar de la mano, y
no hablamos algo hasta llegados a casa.
Una vez en casa, dijo que debía despedirse, y
se despidió de mi padre. Acto seguido se encaminó a la puerta, yo lo acompañé,
y una vez fuera, me dijo que por favor no jugara con él. Asentí con la cabeza
y le pedí se despreocupara, pues yo sabía que Salmoneo era un hombre sensible,
y no jugaría con un alma que podía desquebrajarse por una mujer que no vale la
pena.
A esto, él dijo que yo no era una mujer que no
valiera la pena, sino todo lo contrario. Y yo le debatí que en el caso suyo sí, yo
no valía la pena, o en todo caso, no valía la pena que él perdiera la cabeza
por algo que no podía ser. Asintió, y dijo que lo tomaría en cuenta, pero que
de todos modos podía contar con él. Lo invité a que se quedara, a pasar más
tiempo juntos, pero dijo que ya era suficiente, y se fue…
Nos despedimos un con beso de medio minuto, y eso
fue todo.
Buen cuento, bien trabajado, bien relatado, bien rematado.
ResponderEliminarQué manera más sencilla, interesante... atrapante de narrar, sós de lujo mi Verónica hermosa!... me fascinó tu historia: accesible, sencilla y bellísima!
ResponderEliminarCool!!
ResponderEliminarWow.... en serio wow... me encantó... y la forma de describir el sentimiento de querer besar descubierto al momento de besar... wow
ResponderEliminarHermoso cuento, atrapante en la trama y con sus aristas que punzan en el querer saber más, el seguir leyendo, y lástima porque terminó. Un final de alta escuela que lo dice todo, sin ser explicito. Realmente felicitaciones.
ResponderEliminarReitero mi comentario aquí, hermoso Verónica, una trama y desenvolvimiento digno de alguien que sabe lo que hace, felicitaciones.
ResponderEliminarmuy buenooooo estimada Veronica, retratas los gestos usuales y me vi identificada en ellos en la epoca de mi niñez...
ResponderEliminarExcelente!!
ResponderEliminarya se te extrañaba Verónica Pinciotti
Hay quien tiene el don de narrar.
ResponderEliminarMuy buen cuento. Toda la trama del beso es excepcional, lo que siente una mujer ante un beso. Bien escrito... lobo©...
ResponderEliminarSinceramente,creo que en esta ocación no te envuelve la lectura y hasta se vuelve tediosa y pesada, eso que son solo 4 capitulos,trataste de llevar una narrativa versatil pero esta resulto confusa y nada atractiva como para promover continuar leyendo,de todas formas a muchos si les agrado y puede ser que este equivocado en mi persepción.(soy el anonimo JERCEDU).
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