Bueno, yo estaba en el cruce de la calle, donde convergen
las calles de Pachuca y Veracruz, parado, cuando el hombre soltó la cosa. Era
un papel blanco, de desperdicio; probablemente se haya limpiado las narices con
él. Yo lo miré y una señora lo dijo: ¡estamos
en México!
Ya me estaba cansando de estar en México. Siempre que alguno hace
alguna tontería, hay alguno otro que lo suelta: ¡estamos en México, compadre!
Estar en México significa que cualquier hijo
de puta puede echarte el coche encima y tú no harás nada, o que la gente se
puede tomar la libertad de tirar desperdicios en la ciudad, sin más; o que
algún politiquero de mierda puede enriquecerse a plena luz del sol, con dinero
del pueblo. Estar en México es algo así como estar en la
sala de tu casa, en calzoncillos, con todo el derecho a tirarte un pedo. No
importa si lo que haces transgrede la ley. No importa si tus acciones dañan al
planeta, o al medio ambiente. No importa nada, hombre, nada. Y si hay alguno al
que llegase a importarle un poco, en México, con
dinero baila el perro. El dinero, como dice Sabina,
es el único dios verdadero.
Cogí el
papel que tiró el cabronazo y le di alcance. Vale, le dije agarrándolo por el
hombro, se te ha caído esto. El mamarracho me miró sorprendido y alzando los
hombros, como si fuese un chiste, contestó: oh, gracias pero no, no, yo lo
tiré, es basura. Rió como si yo fuese un imbécil por pensar que se le había
caído, y que ese papel arrugado sería algo de valor. Vamos, dije enérgico y
mirándolo a los ojos, se te ha caído esto, ten. Entonces dejó de reír y
entendió la cosa: yo sabía perfectamente lo que estaba ocurriendo; no me iría
de allí hasta que ese hijo de las mil putas tomara el papel y lo depositara en
el bolsillo de su chaqueta, o en algún cesto de basura. Pero resulta que él
también había entendido la cosa, y no estaba dispuesto a ceder, y sobre todo,
era más alto que yo (más de una cabeza) y mucho más corpulento.
Tíralo,
exclamó, es basura. Ya lo sé, dije, se te ha caído, así que será mejor que la
guardes hasta llegar a casa y lo tires en la sala de tu hogar, si quieres, pero
no en la ciudad. Se erigió tan alto como era, ensanchó las aletas de su gruesa
nariz y tomando aire me pidió, de la manera más atenta, así lo dijo: te pido de la manera más atenta que dejes ese papel en el suelo,
es basura, ya no lo quiero. Bueno, exclamé yo, creo que no me estás
entendiendo, verás, si hay algo que me parte las bolas es que algún pelagatos de
mierda tire basura en las calles como si tal cosa, porque es algo que se puede
evitar tan fácil como llevarte tu maldito papel en la chaqueta y esperar a
llegar a casa. La chaqueta no te pesará más por un condenado papel. Yo seguía
con el papel en la mano y ya me estaba cansando de tenerlo allí. Entonces me
arrebató el papel y lo aventó al suelo, con mucha fuerza. Dio media vuelta y se
largó.
Ahora sí,
pensé, la has hecho en grande. Le clavé la mirada en la espalda al tiempo que
él seguía su camino y comencé a seguirlo a unos cuantos metros de
distancia. En algún momento volteó y miró que yo iba detrás. Continuó su
marcha, pero volteó un par de veces más y en la última se paró. Se dio la
vuelta y abriendo los brazos y sacando la panza (aunque supongo que su
intención era sacar el pecho), me dijo: ¡bueno, qué pedo! Lo que hice a
continuación fue el comienzo de todo este lío. Le lancé un recto al pecho.
Dios, si me hubiesen advertido que su pecho era como una Muralla china. El
cabronazo se dobló apenas y me regresó un gancho a la quijada que gracias al
Cielo pude esquivar porque yo era más bajo. Pero luego me lanzó uno al hígado.
Lo recibí de lleno. No tendría que darme más, pero lo hizo. Me tiró algunos
golpes a los costados y me deshizo los órganos. Ya de por sí los tenía jodidos
por el vicio, el hígado y los riñones, y ahora me los estaban machacando a puño
limpio. Cuando al fin me tuvo en el suelo, se largó gritando maldiciones. Ya no
pude decir un carajo.
Me levanté
con ayuda de la pared, porque estando en México, uno no puede esperar ayuda
de otra cosa, y lentamente me trasladé a casa. La gente me miraba caminar
doblado, pero les importaba dos cojones.
2
No puedo creer que te hayas peleado por un maldito papel, me
dijo Salmoneo cuando llegó a mi casa, al día
siguiente, y me encontró sobándome todo el tiempo los laterales, y caminando
curvado como un condenado viejillo. Yo tampoco, contesté, la verdad yo tampoco.
No suelo pelear por nada, pero ese tío me tocó los cojones, y Dios, perdí el
control. Tampoco puedo creer que viéndolo más grande, te animaras a pegarle
primero, dijo cuando le conté con lujo de detalle la cosa. Ya dije, sabes lo
que dicen: el que pega
primero, pega dos veces. Pero es mentira, añadí, no volví a tocarle en toda
la pelea.
Salmoneo me inspeccionó por
más de cinco minutos y opinó que debería ver a un médico. Dijo que uno nunca
sabe el daño real, por dentro, de los órganos. Quizá tengas hemorragia interna,
y entonces, agregó, sí estás en problemas. Vamos, dije, eso sólo pasa en las
películas, en la vida de un hombre como yo a uno le pegan y eso no altera el
ritmo del universo. Pero sí el ritmo biológico de tus órganos, apuntó Salmoneo,
y no supe si hablaba en serio, es decir, si realmente sabía lo que decía y
había algo de cierto en eso del ritmo biológico de mis órganos, o estaba
jugando al sabelotodo. Ya
dije, pásame el whisky.
Salmoneo insistió en que viera
a un maldito médico. Pero yo sabía lo que eso significaba. Significaba asistir
al servicio médico público, hacer filas y lidiar con mujeres hartas de la vida
que son empleadas por las instituciones públicas al por mayor. Es como si en el
anuncio de vacante escribieran: indispensable
estar harto de la vida para laborar aquí. Y luego un médico mediocre me
recetaría un montón de cosas que yo no estaba dispuesto a tomar, porque no
tendría sentido con mi modo de beber. El alcohol cortaría los efectos del
medicamento.
Luego llegó Verónica,
a la que llamó Salmoneo, y cuando me miró se cagó de la risa. No le enternecía
verme molido, le causaba gracia. Ella fue la primera en decir que yo parecía un
viejillo, un cachivache. Salmoneo se puso con eso de las palabras, Dios, era un
noñazo de mierda. Dijo que cachivache era una de sus palabras favoritas. El
cabronazo tenía palabras favoritas, como una mujer; hasta Verónica comentó que
se dejara de bobadas y le sirviera whisky a ella. Como Salmoneo, por aquel
entonces, andaba detrás de ella, movió la cola y sirvió un par de whisky en las
rocas, para ella y para mí..
Sin embargo, también estuvo de
acuerdo en que yo visitara a un médico. No sé por qué la gente se toma tan en
serio eso de ver médicos. Yo sabía lo que necesitaba para recuperarme: descanso
y trago. Quizá me vendría bien un poco de sexo, pero en esa etapa de mi vida estaba
solo. El sexo tendría que buscarlo y eso supondría un esfuerzo de salir y
vivir, y no sé… no estaba en condiciones de vivir.
3
El sábado llegó y me largué a casa de Garrison. Me
había recuperado bastante, pero en algún momento de la velada tuve que
agacharme a coger un cigarrillo que se me escapó de las manazas, y un dolor
intensó hizo que me llevara la mano al costado, más o menos por donde está el
riñón izquierdo. ¿Y ahora qué te pasa?, preguntó extrañado. Dios, dije, tuve
una pelea hace poco y me machacaron. Pidió que se lo contara todo, alarmado. Ya
me estaba cansando de contarlo todo. Un tío, dije sin ánimo, tiró un papel al
suelo y me cabreé por ello. Así que le di alcance y le pegué. Garrison no lo
podía creer. Pero luego él me pegó a mí, más veces, añadí. ¿Cómo?, preguntó asombrado.
No se creía (nadie se creía) que yo me hubiese pegado con alguien sólo porque
tiró un maldito papel al suelo. Y mucho menos concebía que me pegase con ese
tío, siendo más grande que yo, y por mucho. Ya sabes, dije, cuando el coraje se
apodera de ti, no hay quién te detenga. Pero eso no tiene mucho sentido,
señalé, si lo que te va a detener es el puño de algún gigantón.
Entonces Garrison mencionó que
yo debía dejarme analizar por un médico, y ya me tenían harto con eso. No, le
dije, me rehúso completamente.
Poco después llegaron Verónica
y Salmoneo. Entre todos se pusieron a discutir la vital importancia de mi
visita al médico. Yo bebía mi whisky y hacía muecas a cada sugerencia de
revisarme y a cada comentario al respecto de que cómo se me ocurrió pelearme
con alguien más grande.
¿No te pasó por la
cabeza que ese tío te daría una paliza sólo por el tamaño?, me preguntó
Garrison. Ya dije, pues la verdad no. ¿Es que no sabes que el pez grande se
come al chico?, preguntó Verónica. Bueno, dije, pero yo no soy un pez. ¿No
sabes que la violencia sólo engendra violencia?, preguntó Salmoneo, que era
pacifista. Mierda, dije, y tirar basura y permitirlo sólo engendra… Además, no
mames, me interrumpió Garrison, estamos
en México, cabrón,
¿qué querías?
Aquello fue la gota que
derramó el vaso. No estaba dispuesto a soportar que un amigo mío me insultara
en la cara. Porque la frase era para mí, un insulto. Yo estaba en México, y no
por eso me ponía a tirar desperdicios en la calle. Así que cogí la botella de
whisky, me pegué directo de ella un buen trago; un laaargo trago, cálido y
vivificante, y me largué.
4
Bueno, el caso es que sí fui a ver al médico, a uno
económico. De esos que no venden medicinas de marca, y que fuera de sus locales
tienen a sudacas bailando dentro de botargas. Veinte pesos la consulta, Dios,
más barato que una caja de cigarrillos o una cerveza en un bar.
Entré al local. Estaba lleno.
Había mucha gente. Al menos tienen bancas de espera, pensé, y me senté en una
de esas bancas, junto a una señora.
De repente, la señora me
preguntó por qué venía al médico. No tenía ánimos de hablar con ella pero lo
dijo claro y fuerte, directo a mí. Ya, dije, tuve una pelea. Aquí se
escandalizó. ¿En serio, dijo, y por qué? La miré antes de contestar, harto de
tener que contarlo por enésima vez. Digo, dijo ella, si se puede saber… Porque un cabronazo de mierda dejó caer un papel
de desperdicio al suelo, dije como si tal cosa. La señora se escandalizó de
nuevo. ¡Sólo por eso!, exclamó. Estoy seguro que pensó que yo era un hombre
peligroso, de esos que te pegan por mirarlos feo. Pero de eso nada. Sí, dije,
no lo soporto. ¿El qué?, preguntó alarmada. Que la gente tire desperdicios en
la calle, dije. Fíjese que yo también, dijo ella. Ya, dije, querrá decir yo tampoco. ¿Cómo?,
preguntó sin entenderlo. Nada, nada, dije, olvídelo, ¿usted por qué viene al
médico? Me contó que venía por una gripe que se estaba complicando. Venía
enfundada en una chamarra y una bufanda de color azul. Tenía en la mano un
papel que estaba utilizando como pañuelo.
Uno de los médicos (eran dos)
salió de uno de los consultorios y anunció que ya podía pasar el siguiente. Un
niño con su madre se levantaron y entraron con él. Y los demás, nos recorrimos
en las sillas. Me levanté, pero ya no me senté en la silla donde antes
estuvo la señora porque odio sentarme en lugares calientes del culo de otras
personas.
¿No se va a sentar?, me
preguntó un hombre que estaba formado detrás de mí, y que venía con su mujer.
No, dije. ¿Puedo sentarme yo?, preguntó. Ya, dije, supongo que sí. No esperó a
que terminara de decirlo, antes estuvo sentado y aplastado como el más cómodo.
Y como yo estaba de pie, y había quedado muy cerca de él, me preguntó por qué
asistía al médico. Bueno, pensé, ¿qué coños le importa a la gente porque los
demás vienen al médico? Eché una mirada; todos los pacientes esperaban al
tiempo que contaban sus penas. Había un pequeño placer en contar sus penas,
irresistible, y un placer en escuchar las penas ajenas. Ya, dije, creo que
tengo una hemorragia interna. El hombre abrió los ojos y dijo que eso era muy grave, que alguna vez su cuñado, o alguien,
pasó por lo mismo y terminó hospitalizado. Ya, dije. Esto no le pareció, él
quería que yo me asustara. Dijo: debería checarse bien, eso es gravísimo, mi cuñado… Pensé: ¿cómo le
explicó que él y su cuñado, y las hemorragias internas, me importan un pito; que
en todo caso, lo que más deseo es morir en santa paz?
Los pacientes continuamos
recorriéndonos de lugar a la par de los que salían. Pero yo estaba de pie, así
que de vez en vez encargaba mi lugar al cabronazo del cuñado, y salía a fumar cigarrillos.
La segunda vez que lo hice, el hombre me dijo que yo no debería hacerlo, que si
tuviese una hemorragia interna no era recomendable que yo… Ya, interrumpí, no
se preocupe (esto lo dije sarcásticamente) la verdad vine por una gripe. Otra
vez abrió los ojos, no se lo podía creer, que mintiera. Era evidente que
mentía, ya sea en una u otra cosa, o en ambas. Pero ya no dijo nada, me echó la
última mirada, de incredulidad, y gracias al Cielo ya no dijo nada.
5
Mi turno para entrar llegó. Saludé al doctor de mano y le
narré todo lo que había pasado. Riendo, exclamó, estamos en México, compadre, y me palmeó la espalda. Ya lo sé,
dije, eso me ha quedado muy claro.
Ahora, dígame si tengo la maldita hemorragia o no. Entonces me auscultó y me
miró la boca, los ojos, y todo ese rollo. Me tocó los costados y me preguntó si
sentía dolor. Ya, dije, pues me han dado una paliza, claro que lo siento.
Al final resultó que no había
hemorragia, sólo hematomas. Así lo dijo: hematomas, y creo que se esperaba que
yo preguntase qué mierda es eso, porque cuando asentí con la cabeza, repitió: sólo hematomas. Ya, dije, muy
bien. Y luego hizo un gesto, como diciendo: bueno, bueno, pues eso es todo,
¿está usted seguro que sabe lo que son los hematomas? Le estreché la manaza y
me largué de allí lo antes posible.
Al salir por el pasillo me
despedí del paciente detrás de mí, le dije que no hubo hemorragia, sólo
hematomas. Me miró asombrado, seguro que pensó que yo estaba loco, y me dijo:
menos mal. Sí, reí y salí del local.
Fuera miré a la señora que
estuvo delante de mí. La habían atendido y ahora estaba en la esquina de la
calle, intentando cruzarla, y me paré a su lado. No me reconoció o algo, y
cuando tuvo oportunidad, cruzó la calle. A la mitad de la calle la miré soltar
el papel que antes usó de pañuelo. Pero mi atención se desvió porque un camión
de transporte público casi me atropella; el muy hijo de puta no se detuvo con
el semáforo en rojo y casi me mata a mí y a otro colega que cruzaba al mismo
tiempo. Y por si fuera poco nos gritó desde la ventanilla que tuviésemos
cuidado. Claro que no lo dijo así. Entonces el colega le mentó la madre aunque
no sirvió de mucho, y cuando estuvimos del otro lado, riendo, dijo: ¡estamos en México! Y yo pensé: si vuelvo a escuchar
aquello, ¡mato al que lo haya dicho!, al fin que eso no me supondrá la cárcel, ¡estamos en México!
Me ha encantado
ResponderEliminarEstá buena la historia, bien narrada, uno vive con el personaje como si fuera uno mismo, además es común arrojar cosas donde no es debido y realmente no debería ser así, por respetar al otro como si fuera uno mismo. Creo que eso va en la educación de cada uno, por eso es tan importante la educación y la buena educación, enseñándonos normas de convivencia desde niños. Muy bueno tu relato, lo he leído de punta a punta y me agradó como lo relatas. Un saludo hermano Mexicano desde Argentina.
ResponderEliminarHahahaha odias sentarte en el lugar tibio que dejó el cu...o de otras personas xDDDDDDDDDDDDDDDDDDD!!!
ResponderEliminarOlvidaste la que te conte del estacionamiento en superama jiji
ResponderEliminarLeyendo lo que me mandais, he estimado conveniente ponerles al tanto de un nuevo tipo de literatura escrita espanol: la marroqui de la que formo parte. os mando mî ultimo trabajo literario: 11-M: Madrid 1425 (La frecha es de la hegira mpusulmana debido al caracter presuntamente islamista de aquellos atentados).
ResponderEliminarTambien os mando un breve CV.
Atentamente
Said Jedidi
nada mas que la fria y cruel realidad, señor petrozza
ResponderEliminarParece mentira...Que un solo gesto sirva para crucificar a un paìs!!!!!
ResponderEliminarbueno soy aficionado a la literatura, y la verdad el texto no me gusto. no creo que pertenezca a ningun genero literario. pienso que solo es un desfoge personal y nada mas.
ResponderEliminarEl relato está muy bien. Estilo y caracter lo condicionan. El hilo de la narración es coherente y fluido, aunque la historia en si es vanal y un poco austera. Se refleja aunque no quiera la personalidad del que lo escribe: hipócrita y pedante. Creo que no he perdido mi tiempo, lo leí todo de corridito.
ResponderEliminarNo Brasil é a mesma coisa, em Portugal também. Abraço.
ResponderEliminarNi hablar, la pobre mentalidad de la gente, es la misma que convierte a Mexico en un lugar donde las cosas mas bizarras pueden pasar sin que nadie diga nada.
ResponderEliminarAl menos no estamos en China, eso si seria motivo para pegarnos un tiro...
ResponderEliminarjajajajaja me gusta eso de su maestro de conquistas me kague de risa !!!!
ResponderEliminarSucede en todas partes (soy de peru)
ResponderEliminara mi como siempre me ha encantado!!!!!!!!!!! no se puede juzgar a Petrozza por un relato, se tiene que concoer su obra completa para entender su genialidad!!!!!!!! saludos!!!!!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarcomo me gustan estos textos....siempre estoy al pendiente de lo nuevo...MUY BUENOS
ResponderEliminarEy q buena onda tienen biblioteca virtual! vamos a pasar a leerlos! =)
ResponderEliminarEsto lo acabo de leer en otro sitio (creo que me ha gustáo), perdón por el comentario. Es curioso, yo recién regreso de Guadalajara y me he enamorado de todo, especialmente de la gente que va y viene y son muy saludadores.
ResponderEliminarAqui decimos,estamos en Uruguay!!
ResponderEliminarQ buen texto deberian leerlo aquellos q les vale un pepino el medio ambiente, independientemente del pais en el que estemos, y como dice Karina Fischer la pobre mentalidad de la gente es lo q hace de este pais una porqueria sinceramente y perdon x decirlo xq yo amo a mi pais y precisamente x eso ya tuve una experiencia igual casi me golpean x regresar la basura a su dueño jeje
ResponderEliminarTienes razon, en realidad lo mio es personal con los chinos, no obstante,al igual que a ti, me encanta mi pais, pero tampoco niego que hay gente que no respeta el lugar que habita.
ResponderEliminarO sea que si alguien es hipócrita y pedante no puede ser un buen escritor???? La manera especial de plasmar las imágenes a mi entender es lo que cuenta... eso a mi parecer.
ResponderEliminarComo siempre GENIAL texto.
Que triste que mucha gente use esa frase de una manera tan normal :(
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