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Nota: este texto fue publicado por Diario la Avanzada
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Tenía ganas de un buen polvo. No iba a decírselo a Scott precisamente porque tenía ganas de un BUEN POLVO. No es que Scott lo haga mal pero generalmente, un buen polvo no incluye a tu novio. Cogí las llaves del auto y me fui a un bar de treintañeros en la Condesa. Hay muchos hombres que piensan que soy una puta por actitudes como la anteriormente descrita. Al respecto yo pienso que tienen razón. Pero me importa un bledo. Me llamo Verónica Pinciotti y tengo veinticuatro años. Ser mujer es cosa que me causa conflicto desde los doce. Cuando me crecieron los senos. Llegué a la pubertad y los senos me abrieron un mundo nuevo. Un mundo de falos y egos. Lo mejor que pude hacer fue sacar provecho de todo ello. No soy una mujer decente. Lo supe el día que el Sr. Pinciotti (mi padre) me lo gritó en la puerta de la casa. Gritó: ¿POR QUÉ NO ERES UNA MUJER DECENTE? Le cabreó verme llegar sin sujetador. Le expliqué que no había llegado sin sujetador, ¡me había IDO sin sujetador! Mi padre es un hombre de cuidar la honorabilidad de la familia. Y yo soy más bien de manchar esa honorabilidad celosamente guardada. Tampoco es para tanto, apuesto que hay más putas que yo. Pero eso,claro, es cosa que al Sr. Pinciotti, le tiene sin cuidado.
Crecí en una familia acomodada donde las niñas deben ser educadas, femeninas, decentes y buenas amas de casa. O como yo lo veo: idiotas. Mi padre no soporta que yo tenga mi propia vida, mi propia forma de pensar, y mi propio culo. Para él, ser educada es saber dónde colocar el tenedor grande y dónde el chico. Ser femenina es tener la cabeza llena de unicornios y arcoíris. Ser decente significa proteger el coño hasta el matrimonio. Y ser buena ama de casa es condenarte por voluntad propia a la esclavitud de un hombre de negocios. Y yo, soy la antítesis de todo eso.
Los bares de treintañeros son la mejor opción para un ligue rápido y sin tanto rollo. Además deseaba encontrar un hombre que pudiera pagar el trago, la cena y el hotel sin tanto problema. Eran cinco para las diez. Me metí al baño del bar y a las diez en punto llamó Scott. Scott es un chico decente. O sea que es como un reloj. Le dije que estaba en casa de Janet y le mandé un fuerte abrazo. Claro que podía llamar a casa de Janet para cerciorarse del asunto pero los chicos decentes no hacen esas cosas. Scott era un chico decente al estilo Sr. Pinciotti. O sea, algo idiota. No es que no lo quiera; sólo no lo amo. Scott entró a mi vida hace un año. Entró recomendado por mi padre. Estudia economía y su padre es funcionario público. En unos años él también será funcionario público y podrá darle a Verónica la vida a la que está acostumbrada. Palabras de mi padre. Scott está colado por mí. Le gusta que yo sea rebelde. Eso dice. Y yo digo: pues si le gusta que sea rebelde, ¡que se aguante!
Me senté en una mesa y me pedí un malibú con jugo de naranja. No tardaron en acercarse los perros. Eran tres y estaban tomados. Me levanté y me cambié de sitio. Cuando son varios se creen la gran cosa. Me puse a bailotear y se me acercó uno. Se puso a bailar conmigo y me preguntó el nombre. Le dije Rebeca. Me gusta cambiarme el nombre. Estuvimos bailando unos minutos y luego me invitó a sentar. No venía solo. Venía con cuatro amigos más, chicos y chicas. Me senté con todos ellos. Las chicas me miraban hostilmente y los chicos tenían ganas de decirme algo pero no lo hacían. Estaban tomando jarras de cerveza oscura. Me invitaron pero me negué, no iba a dejar que Max no hiciera algo al respecto. Lo hizo. Me ordenó otro malibú con jugo de naranja. Me preguntó si frecuentaba el lugar y todo eso. Al final resultó que su grupo de amigos tenía que irse y él se fue con ellos. Le di un número telefónico falso y me fui al sanitario. Ya empezaba a sudar. Me limpié las axilas y la cara con papel higiénico que llevaba en el bolso. Luego salí de nuevo en busca de un hombre.
Esta vez fui yo quién tomó la iniciativa. Medía uno noventa. Me gustan los hombres altos. Comencé a bailar y a mirarlo a los ojos. Respondió las miradas y se vino a bailar conmigo. Le pregunté si venía sólo y dijo que sí. Venía con un par de amigos pero pueden irse al carajo, dijo. ¡Eso es lo que quería oír! Olía bien. Nos acercamos uno al otro más y más. Hacía que me tocaba las nalgas sin querer hasta que le tomé la mano y se la puse sobre mi culo. Entonces sonrió y nos besamos. Así de fácil, ¡güey! ¡para que te haces el sinquerer! Se llamaba Tony García. Casi me cago de la risa. Como sea Tony tenía buen cuerpo y le dije que fuéramos a otro lugar, más privado, tú sabes. Dijo tener un departamento en la del Valle a unos minutos.
Parte de un buen polvo está en la cabeza. Me programé para hacerme creer que Tony era el mejor follador del mundo. Y que yo iba a disfrutarlo. La mayoría de los hombres me han decepcionado. Entiendo que quizá haya sido culpa mía. En parte. Soy hedonista y quiero que ellos hagan todo. Quiero que me soben los pies y me coman el coño y me lo hagan justo como yo quiero. Pero nunca les digo cómo lo quiero. Y entonces lo hacen como a ellos les viene en gana. A los hombres generalmente les viene en gana meter el pene en la vagina y eso es todo. Algunos te lengüetean las tetas y te chupan el cuello pero eso es todo. Aprendí que si quieres un buen follador, debes entrenarlo. LOS HOMBRES NO NACEN SABIENDO HACER EL AMOR. Claro que yo ahora no tenía tiempo de dar lecciones. Más le valía a Tony saberlo hacer.
Tony resultó ser amante del fútbol, como la mayoría de los hombres. Tenía un cuarto tapizado de posters y pegatinas de algún equipo de soccer que me niego a investigar cuál. No me importa en lo absoluto. Por el contrario, aquello me desanimó. Si hay algo bueno en Scott es que no ama el fútbol. Pero ama el croquet. Y no sé qué es peor. Scott es una especie de ñoño decente y calentorro. Eso de decente y calentorro significa que es un hipócrita y un mustio. Significa que delante de papi es un tipo honorable que respeta a su prometida. Pero a solas... siempre quiere meterme mano. Y yo también soy una mustia. Delante de Scott no me dejo tocar... pero fuera de Scott, pido a gritos un buen polvo. Tampoco se puede quejar, lo he dejado follarme antes del matrimonio y eso, eso, es MUY GRAVE. Scott y yo vivimos en un mundo sometido por la ley absurda del buen ver, del qué dirán, de la honorabilidad y de las apariencias. Incluso él no lo soporta, lo sé. Pero no sabe cómo rebelarse a todo eso. Yo sí que sé. Y para eso estaba Tony. Desgraciadamente su pasión por aquel deporte pueril y vulgar desató en mi cerebro una gran resistencia a ser penetrada por semejante imbécil. No es posible que un cabronazo como el que parecía ser Tony en el bar, se pusiera a coleccionar colgijes con forma de balones en miniatura. Le dije: llévame al bar por mi auto. Tony no sabía qué había salido mal. Pensé que querías hacerlo, dijo. Sí, dije, teNÍa ganas de un buen polvo. Le expliqué que me sentía enferma pero no le pedí disculpas. Me llevó al bar y ordenó al valet parking trajera mi coche. Yo fingía una jaqueca del infierno. Cuando llegó mi auto me subí y no le dije adiós. A la mierda, imbécil, pensé.
Eran las tres de la mañana. Llamé a Scott. Estaba dormido, por supuesto, y le dije lo mucho que le quiero. Él dijo estás loca por llamar a esta hora. Esa es toda la rebeldía que Scott ama de mí. Cosas como esa le vuelven loco. Es fácil complacer a un hombre así. Lo difícil es que un hombre así, me complazca a mí. O a quién sea.